Brent caminaba por los pasillos de la casa de la manada, como siempre lo hacía, buscando a la mujer que le había quitado el sueño, el aliento y hasta el alma. Él quería tener cualquier tipo de posibilidad de acercarse a ella, quería ser el encargado de consolarla en cuanto viera a su mate en la cama con otra, sabía que el dolor sería profundo, vio la marca, la unión era fuerte y poderosa, y sería difícil de superar para ella una traición de semejante envergadura.
Samanta hacía lo mismo, pero su misión era Ramsés, la hechicera lo había visto fugazmente y estaba convencida de que darle ese manjar a otra mujer sería una tontera, por lo que su plan era tenerlo para ella misma.
Ambos, sin saberlo, tenían en su mente la idea de traicionar a su amo, a aquel a quien le habían vendido su misma alma, su misma esencia, y por el que habían decidido ir en contra de los designios de la diosa luna. Eran, sin darse cuenta dos traidores, que ambicionaban aquello que no podían tener y que incluso tenía