Mientras Dila y Luna se encontraban acalorados en el baño, en la oficina las cosas eran completamente opuestas. Ramsés seguía intentando convencer a su adorada cachorrita que no había permitido más acercamiento de esa loba casquivana que el corto abrazo que esta le había dado a la fuerza. Y es que la pestilencia de la mujer se había quedado impregnada en la ropa del hombre y por esa razón su linda omega se había ofendido grandemente.
Drago, desde un rincón solo podía reírse de ese par de locos que, a pesar de las cosas terribles que ocurrían, no perdían la chispa, ni la ternura propia de su amor.
_ Mi preciosa cachorrita, ya viste y escuchaste todo lo que ocurrió en esta oficina y fuera de ella. Te juro que no la toqué ni una pequeñísima milésima de segundo y que nunca en mi vida lo haré _ dijo el imponente hombre, que ahora parecía un cachorrito indefenso, con la mano levantada en alto como si hiciera un juramento solemne.
_ Mmm…igual…ese olor que tienes me descompone _ ahora ella mo