La mansión, que había sido testigo de múltiples enfrentamientos y secretos, comenzaba a sentirse más viva. No era solo por la energía de Tara y Rhidian, sino porque, poco a poco, más aliados llegaban a unirse a la causa.
Tara estaba en la biblioteca, hojeando un libro sobre antiguas dinastías mágicas, cuando escuchó voces provenientes del vestíbulo. Una era clara y femenina, con un tono casi musical, y la otra, profunda y firme. Curiosa, dejó el libro y salió para encontrar a Rhidian hablando con dos personas nuevas.
La primera era una mujer alta de cabello rojo brillante que caía en ondas hasta su cintura. Sus ojos verdes brillaban con determinación, y llevaba una espada al cinto que parecía brillar con un aura propia.
—Tara —dijo Rhidian, alzando la voz para llamarla—, quiero que conozcas a Amara.
Amara inclinó ligeramente la cabeza en señal de saludo.
—Es un honor conocerte —dijo, su voz suave pero cargada de autoridad—. He escuchado mucho sobre ti.
—¿De verdad? —pregunt