El ascensor se detuvo con un chirrido metálico y un leve sacudón. Las luces parpadearon una vez antes de apagarse por completo, sumiendo todo en una oscuridad densa y envolvente. El silencio que siguió fue tan absoluto que se podían escuchar los latidos acelerados de ambos.
Kendall se quedó inmóvil, su respiración atrapada en el pecho, como si su cuerpo se negara a reaccionar. La oscuridad despertaba en ella viejos miedos. Sintió un escalofrío subir por su espalda.
—Ethan… —susurró, con la voz temblorosa, apenas un suspiro en la penumbra.
—Estoy aquí —respondió él, su tono sereno, pero firme.
En cuestión de segundos, lo sintió acercarse. Sus pasos eran apenas audibles, pero su presencia era inconfundible. Una mano cálida tocó su brazo, despacio, con cuidado, como si temiera romperla. Kendall temblaba. Él lo notó.
—Tranquila —murmuró, manteniendo su mano en su brazo— No estás sola.
En ese momento, el ascensor era un mundo ajeno, suspendido entre el caos y lo desconocido. La