Sin perder la esperanza, Lili salió del baño con el corazón golpeando con fuerza. Su mente era un torbellino de pensamientos, pero una idea se encendió como un rayo en su cerebro. El auto...
Corrió por los pasillos del edificio, esquivando a los pocos asistentes que aún quedaban en el funeral. Su respiración era agitada, su pulso desbocado.
Atravesó la puerta principal y salió al estacionamiento. Sus ojos se movieron con rapidez entre los autos estacionados hasta que lo vio: el vehículo de Sebastián. Se acercó sin pensar demasiado.
Ahí estaba él, sentado en el asiento del conductor, con la cabeza apoyada sobre el volante, como si todo el peso del mundo descansara sobre sus hombros.
Sin dudarlo, Lili abrió la puerta del pasajero, entró y se sentó a su lado. Sebastián la miró de reojo, sorprendido.
—¿Lili? ¿Qué estás haciendo?
Ella no respondió. Sacó de su bolso el sobre que Brianny le había dado y extrajo las esposas de peluche. En un movimiento rápido, antes de que él pudi