Narra la autora.
Luego de una corta luna de miel, Kendall regresó a su país natal junto a su esposo. Aunque aún no habían consumado el matrimonio, su felicidad crecía con rapidez: era la señora Donovan. No le importaba que su esposo no proviniera de una familia acaudalada; su amor por él era innegable. —Qué bueno que llegaron. Han pasado tantas cosas en la empresa en estos días —comentó Brittany en cuanto los vio salir por las enormes puertas del aeropuerto, esbozando una sonrisa disimulada al ver el atuendo de Kendall era formal y recatado, casi religioso: una falda larga y sin forma, una blusa cerrada hasta el cuello, y zapatos sin tacón. Ni en su luna de miel se deshace de esa ropa tan horrible, pensó. —¿Qué sucedió exactamente? —preguntó Kendall, confundida por la urgencia con la que tuvo que dejar su viaje. Brittany esbozó una sonrisa tensa, salió de sus pensamientos y respondió: —Se desplomó un edificio que estaba a nuestro cargo. Kendall se quedó helada. Siempre había sido rigurosa para que todo saliera a la perfección. No solo por la reputación de su empresa, sino porque valoraba las vidas de sus trabajadores y de las personas que frecuentaban las construcciones. —¿Cómo sucedió? —preguntó con cautela. —No lo sé. No estaba allí cuando ocurrió, pero el edificio colapsó por completo. Gracias a Dios no había nadie y no hubo heridos. Aun así, el dueño exige respuestas. —Es lo más lógico —intervino Cristian con tono impaciente—. Vamos ya. No perdamos tiempo. Al llegar a la empresa, los esperaba una multitud de periodistas y personas con carteles enormes. —¿Qué es todo esto? —preguntó Kendall, inquieta. —¿Acaso eres ciega? Es evidente que es una manifestación —respondió Cristian, lanzándole una mirada que la dejó helada. El corazón de Kendall se encogió y sus ojos comenzaron a humedecerse. Brittany lanzó una pequeña sonrisa que no pasó desapercibida. —¿De qué te ríes? —preguntó Kendall, visiblemente molesta. Brittany tragó en seco, sin saber qué responder. Cristian se giró, miró a Brittany, que tenía una expresión de inocencia fingida, y luego miró a Kendall con severidad. —¿Buscas culpables? Sabes bien que esto ocurrió por tu descuido. —¿Qué estás diciendo? Sabes que siempre hago mi trabajo con excelencia —se defendió Kendall. —Siempre hay una primera vez —dijo Brittany, clavando la mirada en la suya con desafío. Todos bajaron del auto y entraron directo al ascensor. —Estoy segura de que este error no fue mío —insistió Kendall. Sus acompañantes rodaron los ojos y la ignoraron por completo saliendo del ascensor antes que ella. En la sala de reuniones ya los esperaban algunos abogados. —Buenos días, señor y señora Donovan —saludó uno de ellos. —Vamos al grano. No tengo tiempo para rodeos —dijo Cristian, pasándose la mano por la sien. —El señor Dantel quiere presentar una demanda. Le ofrecimos 200 millones de dólares, un poco más de lo que implican los gastos. —Es lo mejor. Pagamos y cerramos el asunto. Evitamos conflictos —concluyó Cristian sin titubear. —No. Lo mejor es investigar qué causó el derrumbe. Luego tomamos decisiones —intervino Kendall con firmeza. Cristian la miró con desaprobación. —No nos conviene una demanda.—dijo aún con su mirada intensa. —Tampoco quiero manchar el nombre de la empresa de mi familia. Durante años hemos trabajado con excelencia. No creo que este caso sea diferente.—Continúo Kendall. —Cuando se pongan de acuerdo, nos avisan —comentó un abogado, levantándose. Ambos se marcharon, dejando a Kendall, Cristian y Brittany solos. —¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Cristian, golpeando la mesa con fuerza. —¿Qué? —balbuceó Kendall, asustada por su reacción. Cristian se levantó bruscamente, se acercó a ella y la tomó por las muñecas. —Sé que esta empresa significa mucho para ti, pero eso no te da derecho a cuestionar mis decisiones —espetó con frialdad. —Por favor, suéltame... me estás lastimando —suplicó ella. Cristian apretó aún más. —Quiero que te quede claro: no eres nadie para decirme qué hacer. Y no vuelvas a contradecirme delante de mis empleados. Cristian la empujó con brusquedad hacia la silla. Kendall cayó sin poder equilibrarse, y en el movimiento, su cuerpo chocó contra el borde del asiento, golpeándose con fuerza en la parte baja de la espalda. Un quejido se le escapó de inmediato, y el dolor le recorrió la columna como una descarga, sus ojos se inundaron de lágrimas. Las palabras de su difunto padre resonaban en su mente. Tal vez era mejor que él ya no estuviera para presenciar esto. Cristian salió de la sala. Brittany lo siguió. Kendall, sola, se debatía entre dos pensamientos: ¿debería enfrentarlo o disculparse por hacerlo enojar? Pasaron algunas horas. Con decisión, tocó la puerta de la oficina de su esposo. Brittany abrió y la miró con gesto amargo. Kendall contuvo su fastidio y entró con una sonrisa. —¿Qué quieres? —preguntó Cristian, sin apartar la vista del monitor. —Acepto que no debí hablar en ese momento. No fue con mala intención. Lamento haberte hecho sentir mal. Cristian se giró, sonrió y se acercó a ella. —Así está mejor. Así todo irá bien entre nosotros. —dijo antes de besarla. Kendall respondió con una sonrisa genuina. —Hablemos del contrato que cerré mientras estaban de luna de miel —intervino Brittany, carraspeando para recordarle a la pareja su presencia. —¿Qué contrato? —preguntó Kendall, separándose ligeramente de Cristian. —Brittany cerró un trato con un gran inversionista. Invertirá 200 millones de dólares… justo lo que perdimos por tu negligencia —comentó Cristian con naturalidad. Kendall sintió un nudo en el pecho. No respondió. Solo escuchó mientras su esposo y Brittany hablaban de nuevos proyectos, sin incluirla. A pesar de ser la dueña de la empresa, estaba sola. Su padre había muerto en un trágico accidente; su mejor amiga y prima también, y su tía se había marchado del país. Solo le quedaban Cristian y Brittany, y no podía arriesgarse a enojarlos. La jornada laboral terminó temprano para ella. Cristian la mandó a casa. Kendall preparó una rica cena, pero cuando Cristian llegó, lo acompañaba Brittany. A pesar de que siempre había aceptado su amistad, ahora todo parecía distinto. Brittany actuaba como la verdadera señora Donovan, y Cristian se comportaba cada día peor. —Huele delicioso —comentó Brittany con una sonrisa encantadora. —Hice cena para Cristian y para mí —respondió Kendall, esforzándose por sonar amable. —No seas descortés. Es la primera vez que nos visita desde la boda. Agradécele y sírvele —ordenó Cristian con frialdad. Kendall bajó la mirada y preparó otro plato. Luego se sentó en silencio. —Mañana conoceremos al nuevo inversionista. Quiero que seas cortés. Y ni se te ocurra contradecirme o lo lamentarás —dijo Cristian, mirándola fijamente. —Hablemos del auto que le compraste a Julia —comentó Brittany con entusiasmo. —¿Julia tiene auto nuevo? —intentó intervenir Kendall, pero fue ignorada. —¿Cuánto te costó? —preguntó Brittany. —Solo cuatro millones de dólares. Mi hermanita se lo merece —respondió Cristian con orgullo. —Siempre soñó con tener un Lamborghini —añadió Kendall, intentando unirse de nuevo. Pero, una vez más, fue ignorada. La cena concluyó entre risas de Cristian y Brittany. Kendall, en silencio, se lamentaba cada vez más. Kendall recogió los platos uno a uno, con paciencia casi ritual. El silencio de la cocina solo se rompía por el agua corriendo en el fregadero y el suave tintinear de la loza al ser enjuagada. Mientras sus manos hacían el trabajo, sus labios se apretaban con fuerza, como intentando no temblar. Cuando terminó, se secó las manos con un paño y caminó por el pasillo. Al llegar al despacho, intentó girar la manija, pero estaba cerrada con llave. Tocó suavemente. Solo pasaron dos segundos antes de que Cristian abriera la puerta. —¿Sí? —preguntó con la misma sonrisa hueca que llevaba desde hacía días. Kendall apenas pudo disimular su mirada, que se desvió hacia el interior del despacho. Brittany estaba sentada en el sillón que antes ocupaba su padre. Sostenía una copa de vino tinto con la elegancia fingida de una señora de casa. —Solo vine a despedirme. Me iré a dormir —dijo Kendall con voz baja. Hizo una breve pausa, apenas perceptible—. Pero antes, creo que deberíamos hablar sobre contratar a alguien para la limpieza. Cristian soltó una carcajada seca. —Eso no será necesario. Para eso estás tú —dijo con indiferencia, antes de cerrar la puerta frente a ella. El sonido del portazo le atravesó el pecho. Kendall se quedó allí, de pie en el pasillo, mirando la madera que ahora la separaba del mundo que alguna vez le perteneció. Sintió el vacío crecerle por dentro, como una herida que no dejaba de sangrar.