02

Antes de irse a dormir, Kendall se miró al espejo. Su cuerpo ya no era el mismo: estaba más delgada. La vida se había encargado de hacerla sufrir una y otra vez. Sin embargo, aún albergaba la esperanza de tener una oportunidad. Tomó su celular. El banco le había enviado un correo notificando un monto autorizado de cuatro millones de dólares… para comprar un Lamborghini. Sonrió amargamente. No le molestaba que su esposo le comprara cosas a su cuñada; al fin y al cabo, era su única hermana. Pero no debía usar la cuenta de la empresa para eso. Cerró los ojos y, sin más pensamientos, se quedó dormida.

A la mañana siguiente, el sol brillaba más de lo normal. Era un hermoso día: Kendall cumplía 29 años. Había considerado hacer una fiesta, pero su padre había fallecido hacía apenas unos meses, y su ánimo estaba por el suelo. Justo cuando pensó que había superado la muerte de su mejor amiga, llegó la peor desgracia. Sacudida por sus pensamientos, recordó que tenía una junta importante. Se vistió con un conjunto blanco de pantalón y blazer, y se maquilló de manera sencilla. Salió con la mejor actitud posible.

Al llegar casi a la oficina de su esposo, escuchó una conversación:

—Todo está listo para esta noche —comentó Brittany.

—No quiero errores. Tampoco quiero que Kendall sospeche nada —dijo Cristian.

—Descuida. Hoy será un día inolvidable.

Kendall salió apresurada. No quería arruinar la sorpresa que le tenían preparada. Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad.

—Por eso actúan así… para hacerme enojar y que no sospeche —pensó, con una sonrisa enorme.

Volvió a su oficina a esperar al nuevo inversionista.

Minutos más tarde, su secretaria le avisó que la esperaban en la sala de reuniones. Se puso de pie con elegancia, acomodó su traje y caminó hacia el lugar. Al llegar, vio la silueta de un hombre alto y musculoso que miraba por la ventana. Su cabello negro estaba recogido hacia atrás. El hombre se giró lentamente, y en ese instante, todo el mundo de Kendall pareció moverse.

—Ethan —susurró.

—Me alegra volver a verte, Kendall —respondió él.

—¿De dónde se conocen? —preguntó Cristian.

—De la escuela —contestó Kendall, sin dar más detalles—. Vamos a lo que vinimos —añadió, caminando hacia su asiento.

La reunión terminó rápido. Se le dio la bienvenida oficial a Ethan Hallmer como el nuevo inversionista de la empresa Lemoll.

Al terminar, Kendall regresó a su oficina. No quería cruzarse con Ethan. Su corazón aún no lo había olvidado, aunque había querido creer que sí.

TOC TOC.

El sonido en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—Pase —dijo, recuperando la compostura.

El aire volvió a escaparse de su cuerpo cuando Ethan entró. A pesar de la estructura amplia de la oficina, ella sentía que estaba encerrada en un espacio de apenas ocho metros.

—¿Qué… qué haces aquí? —dijo, nerviosa. Ethan notó cómo sus manos se entrelazaban torpemente. Siempre le había encantado ese gesto.

—No hablamos en la junta —respondió con una sonrisa que la dejó sin fuerzas.

—No tenemos nada de qué hablar.

—¿Por qué estás a la defensiva? Pensé que éramos amigos.

—Lo éramos… antes de que te fueras sin dejar rastro.

—Me despedí de ti.

—Olvídalo.

En el silencio tenso que los envolvía, Ethan recordó el verdadero motivo por el que estaba allí.

—Feliz cumpleaños, Kendall —dijo con una sonrisa cálida.

—Gracias… felicidades para ti también.

Las miradas intensas que se intercambiaban la hicieron retroceder con lentitud.

—¿Por qué volviste? —preguntó ella, desviando la mirada.

Él acortó la distancia entre ambos. Su respiración se volvió errática. Quiso alejarse, pero él no se lo permitió.

—Volví para hacer negocios.

Ella lo miró brevemente, su corazón palpitando con fuerza.

—Sabes que esta es la empresa de mi familia. ¿Por qué venir precisamente aquí?

—¿Hay algún problema?

Cerró los ojos y respiró profundo.

—Responde mi pregunta, ¿por qué aquí?

—Yo también hice una pregunta —replicó él, acercándose aún más.

—¿Te olvidaste de lo que me dijiste antes de irte? —preguntó ella, evitando su mirada.

Él la observaba intensamente. Ella miraba al suelo. Estaban muy cerca, pero no tanto como para tocarse.

—No lo olvidé… ¿y tú? —susurró él.

Ella levantó la mirada, lo empujó suavemente. Él no se movió.

—Recuerdo perfectamente lo que dijiste, y por eso no entiendo por qué has vuelto.

—Dije eso porque mi padre me obligó a olvidarte. No quería que me distrajera contigo… pero ahora creo que es tarde. Ya no sientes nada por mí, ¿cierto?

Ella se le acercó con enojo.

—Estás en lo correcto. No siento nada por ti… y por eso no quiero tenerte cerca.

Caminó hacia la puerta, pero él la detuvo.

—Me quedaré hasta confirmar que realmente no sientes nada. Porque esa forma de mirarme… no es de cualquiera.

—Eso no es cierto —respondió, luchando por soltarse.

Él la sujetó con más firmeza. Pasó una mano por su cintura y la atrajo hacia su pecho. Sus respiraciones estaban aceleradas.

—No tengo miedo de decir lo que siento —afirmó él con decisión—. Me gustas igual que la primera vez… y no sabes cuánto me duele saber que estás casada y nunca serás mía.

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