Primera noche:

Gruño de impotencia y me hago un ovillo, acostada sobre mi lado derecho. Ante mí tengo una prístina pared blanca. Exhalo frustrada. No he alcanzado el Paraíso…sigo presa en el plano terrenal, y estoy aquí…Sabrá El Omnisciente dónde.

—Veo que ya despertaste. - Susurra una suave voz de mujer a mis espaldas.- Su Majestad estará complacido…

Pongo los ojos en blanco.

—Sería bueno que intentaras ponerte en pie lo antes posible. Has estado dormida por demasiado tiempo. Primero perdiste los sentidos a causa de la deshidratación y luego nuestros sanadores tuvieron que mantenerte en sueño profundo para que tus heridas sanaran más rápido.

—Déjame en paz. Hubiera sido preferible que me hubiesen dejado morir. Ahora estaría reunida con mis ancestros.- Gruño.

La mujer suspira a mis espaldas .

 —No era tiempo de que te reclamara la muerte. Estabas débil, sí, pero no era nada que un buen descanso y líquidos no pudieran curar.

Medito un segundo y puedo comprender la veracidad de sus palabras. Pero aún así sigo enojada. Poco a poco me vuelvo para observar a mi interlocutora y me quedo sorprendida. Todo a mi alrededor parece emitir un brillo dorado y cegador. Entrecierro mis ojos para que no me moleste tanto el resplandor. Según lo que sé, esto es símbolo de riqueza y jerarquía entre los kuranies, mientras más alto y poderoso el rango del noble, más lleno de oro y otras piedras preciosas estará su hogar. Por el aspecto de este lugar yo diría que me ha comprado un príncipe. Pero eso no tiene sentido, lo último que recuerdo es que caí de cara sobre el lodo en el mercado de esclavos.

Mis ojos se posan en mi interlocutora. La mujer lleva una vestimenta de colores vivos, larga y estrecha sobre sus piernas, viste unos calcetines blancos y calza unos zapatos de madera que seguramente son incomodísimos. Mis ojos ascienden y observo un rostro cubierto por un espeso maquillaje blanco, unos ojos tan rasgados que parecen entrecerrados, una nariz pequeña y unos labios finos pintados de un rojo intenso. Mi quijada cae del asombro. Nunca había visto persona semejante. Con todo y zapatos, la mujer es diminuta.

Los carmesí labios me ofrecen una sonrisa.

— La primera vez que alguien me ve, recibo siempre la misma reacción.

Rápidamente cierro mi boca de un chasquido y aclaro mi garganta.

—No tengas pena.- Prosigue dulcemente la mujercita.

— Estoy convencida de que mayores maravillas descubrirás aquí en Palacio.- dice soltando una risita .

— Yo soy Lady Cítiê. Provengo de una tierra muy lejana, pero eso no importa ahora. Vamos, incorpórate . Debemos bañarte y prepararte para tu presentación esta noche.- Da un par de palmadas y aparecen como salidas de la nada una docena de muchachas que me sacan de la cama y me llevan a una bañera rebosante de agua tibia.

***

—Señor, la séptima luna ha despertado.- Susurra Lady Cítiê desde su cojín, dónde se arrodillaba.

El emperador asintió con la cabeza, para dar a entender que le complacía la noticia. Alargó la mano y llevó a sus labios la humeante taza de té, dándole un sorbo.

—Estará lista y esperándoos esta noche , Señor.- Prosiguió la dama, bajando los ojos e inclinando la cabeza.

Una media sonrisa siniestra se dibujó en los gruesos y sensuales labios del hombre sentado frente a ella.

 ***

Umara:

Me han bañado y restregando, enjabonado y secado. Mientras algunas doncellas lavaban mi cabello otras cortaban mis uñas. Estoy perpleja. Las heridas de mis muñecas y tobillos han desaparecido completamente. He sabido por las doncellas, que había estado dormida por quince nacimientos y muertes solares. Han tenido que alimentarme principalmente con caldos y brebajes curativos. Es increíble. No comprendo cómo he podido dormir tanto.

Ahora estoy de pie. Frente a un objeto de lo más peculiar. Es como un lago, que me devuelve mi imagen, pero no contiene agua, sino que es duro y frío al tacto. Está enmarcado por gruesas talladuras brillantes y pequeñísimas piedras de colores. Las doncellas me cuentan que se le llama “ revelador” o “ plateado” y que su propósito es mostrar el reflejo de la persona frente a él.

Estoy irreconocible. Las muchachas han untado sustancias olorosas por todo mi cabello y cuerpo. Han trenzado y adornado mi cabeza con pequeñas cuentas blancas en un intrincado peinado , han aplicado negro sobre mis pestañas y pintado mis ojos para hacerlos lucir más grandes y exóticos, han aplicado un ligero tono rosa a mis labios, han cubierto mi cuerpo con telas ligeras y totalmente transparentes.

Y al contemplar mi reflejo, soy capaz de descubrir que tanto embellecimiento solo puede significar una cosa:

He sido tomada para concubina.

***

— Exijo que me provean de una burka o al menos de un velo . -Sé que sueno beligerante, y sé que me he resignado a mi futuro demasiado rápido. Pero no puedo permitir que se obvie una parte vital del ritual de Unión.

Al menos, lo será para mi… Mis costumbres, son todo lo que me queda de mi tribu y mi identidad. Aunque haya sido arrancada de mi tierra y ahora se me trate como poco más que una prostituta, he tomado la firme decisión de preservar mis tradiciones.

—Es imposible. Su Majestad debe ser capaz de mirar tu rostro y hallar placer en tu belleza.- Protesta la pequeña mujer de los zapatos de madera.

—Me importa muy poco el placer de Su Majestad.- Riposto malhumorada.

Los ojos de la mujercita se abren como platos. Bruscamente coloca una mano sobre mis labios. Su rostro con una expresión de alarma.

—¡Calla!- sisea.- Tal imprudencia puede costarte la vida.

Balbuceo contra su palma y ella retira la mano.

—Bien. Si es tan importante para ti, te daremos un velo. Pero si la tela desata la ira de mi Señor espero estés preparada para las consecuencias.

Trago convulsivamente. Mi gente no teme la muerte, desde muy pequeños somos instruidos en el camino hacia el gran Oasis celestial. Pero los señores kuranies son famosos por su crueldad y sus actos de tortura, capaces de mantener a un esclavo al filo de su propia vida durante muchas lunas, sin concederle la misericordia del descanso, incluso si el esclavo clama por la muerte.

La mujercita ordena la búsqueda de un velo y varias doncellas salen a cumplir su pedido.

—Señora, perdóneme por mi ignorancia. Pero ¿quién es nuestro Señor?

— No se nos permite pronunciar su nombre.—Responde altanera. — Haz de saber que nuestro Amado es aquel de quién habló el profeta. Aquel, que gobierna el mundo, cuyo corcel cabalga sobre el campo abonado con los cadáveres de sus enemigos. Aquel sobre cuyo rostro brillan las bendiciones de los dioses .

La voz de la mujer se llenó de tal adoración, que sentí mi estómago revolverse de las náuseas.

—Debes contarte entre las pocas benditas capaces de contemplarlo en todo su esplendor. Hubiera querido haber tenido más tiempo para entrenarte en las artes que toda mujer debe emplear para complacer a su Señor, pero estuviste enferma demasiado tiempo… y la ceremonia de presentación no puede postergarse más…

El futuro se abre ante mí como un abismo. El más largo y amplio que jamás he enfrentado. Las palabras de la dama de la corte caen en oídos sordos porque mi mente ha sido tomada por el horror. Un escalofrío recorre mi espalda, mientras mis ojos se llenan de lágrimas. Busco desesperadamente por todos los lados de la habitación un cuchillo o espada para clavarlo en mi pecho y sufrir una muerte rápida e ignominiosa. Sé que si opto por negar la gracia del Magnánime y acabar con mi miserable existencia, nunca podré alcanzar el Gran Oasis celestial, mi alma vagará por los desiertos del reino de los vivos, junto a todos los suicidas , condenada a aullar su dolor durante toda la eternidad dentro de las tormentas de arena.

¡ Pero al menos no sufriré la deshonra de ser la ramera del hombre que ordenó asesinar y destruir a mi pueblo! No puede ser, que después de tanto sufrir, a manos del esclavista, halla venido yo a parar bajo el yugo del mayor tirano que ha azotado el Continente.

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Fui traída a una habitación diferente. Donde antes las paredes eran blancas y prístinas, ahora aquí son rojizas. Tal pareciera que al tocar las piedras de la pared estás podrían escaldar mis manos. Lady Cítiê, ( si, logré recordar cómo se llama la mujercita extraña) casi sufre un desmayo cuando se percató de que las doncellas que realizaron los cánticos rituales me habían hecho caminar por los corredores interiores del Palacio Real totalmente descalza. Fue tal su frustración que amenazó con azotarlas a todas, cosa que logré prevenir explicándole que esta es otra de las costumbres de mi tribu y exigiéndole que se respetase mi decisión. Lo cual es cierto, de algún modo, la mujer que desprecia a su marido y desea su pronta muerte siempre va a su encuentro descalza. Sonrío en mi interior. Casi siempre este método de protesta es utilizado por muchachas que no están felices con el esposo que sus padres eligieron para ellas. Exhalo tristemente al pensar en mi padre, él me hubiera casado con algún pastor de ovejas antes que venderme.

Hace ya un buen tiempo que las doncellas y la dama Cítiê se han retirado. Estoy sentada justo en el medio de la enorme cama donde entre risas y conversaciones escandalosas me han dejado acomodada.

— Recuerda. Eres un botín para nuestro Señor, cuando se acerque a ti deberás mostrarte sumisa y procurar su placer antes que el tuyo.- Fueron las crípticas y últimas palabras de Lady Cítiê antes de salir y dejarme encerrada aquí.

Me duelen las piernas de todo el tiempo que llevo fija en esta posición. Las palabras de lady Cítiê me dan vueltas en la mente. ¿Procurar el placer del Terrible? ¿Del lobo Guerrero que destroza y devora a sus enemigos? Emito un gruñido y crispo los labios.

¡ Antes estrangularía al maldito con mis propias manos!

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