Imperio:

Umara:

—Llevas demasiados días encerrada en tus aposentos.- murmuró Sarab, entrando a mi habitación mientras traía una bandeja en sus manos.

—Me encuentro indispuesta.- musité, sentándome sobre el colchón y recibiendo la bandeja en la que reposaban una serie de alimentos que de verlos me provocaban náuseas.

Sarab suspiró y sentándose va orillas de la cama acarició lentamente mis cabellos.

—Has sufrido una gran desilusión, ¿no es así, cariño?

Mi mirada chocó con la suya y noté la comprensión y la pena en la suya.

—Lo sé. Hace meses desperté una noche, sedienta como no imaginas, salí al jardín y al regresar te vi. Estabas acompañada por un hombre, que aunque cubría su rostro yo no tenía la menor duda de quién era.

Arrugué el entrecejo.

—Incluso, te confronté al día siguiente y te dije que no podemos tener amantes, así fueran eunucos. Y supe que tú no tenías ni la menor idea de la verdadera identidad del hombre con el que había visto.

—¿Por qué no me lo dijiste?- supliqué.

—Pues, porqu
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