El eco de los gritos desesperados de Luca y el ruido sordo de su forcejeo con los guardias aún flotaban en el aire cargado de tensión cuando, de repente, un sonido diferente emergió de la habitación 703, cortando el caos.
Bip... Bip... Bip...
Un ritmo. Lento al principio, débil, pero inconfundiblemente regular. El sonido de un corazón latiendo.
El Dr. Ramírez, que había vuelto a entrar corriendo a la habitación en cuanto sacaron a Luca, se asomó por la puerta apenas unos segundos después, su rostro una máscara de incredulidad y alivio profesional.
—¡Tenemos ritmo sinusal! ¡Estable! —gritó hacia el pasillo, su voz resonando por encima de los últimos ecos del disturbio—. ¡Se estabilizó! ¡Recuperó el ritmo espontáneo!
Un suspiro colectivo, casi un jadeo, recorrió al grupo reunido en el pasillo. La tensión acumulada se liberó en una oleada de emociones encontradas. Guillermo se dejó caer pesadamente en una silla, el cuerpo temblando por la descarga de adrenalina