Emilio cerró la puerta tras de sí, apoyándose un instante contra la madera fría, tratando de calmar el temblor de furia que lo recorría. El pasillo quedó en silencio. Luca Bellini se había ido.
Respiró hondo y se giró hacia la habitación. Lo primero que notó fue el aroma. Era sutil, pero inconfundiblemente diferente al olor aséptico habitual. Una fragancia cálida, ligeramente dulce, con un toque floral y salino. Era... agradable. Exquisito, tuvo que admitir a regañadientes. Recordó las palabras de Luca: "un aceite con un aroma familiar del pasado de su madre." Una punzada de algo parecido a la curiosidad lo asaltó, pero la reprimió de inmediato, sintiéndola como una traición a su propia ira.
Se acercó a la cama. Su madre seguía igual, respirando suavemente con las puntas nasales. El leve rubor en sus mejillas parecía haberse atenuado de nuevo. ¿Había sido real la mejoría? ¿O solo un truco de la luz, de la emoción, de la presencia de ese hombre?
Se sentó en la silla que Luca acababa de