Lombardi lo miró un segundo más y salió de la habitación.
Luca se quedó solo, temblando, su respiración agitada. La furia aún hervía en él. Quería salir tras él. Pero entonces miró a Amelia. Respiró hondo, forzándose a calmarse. No podía permitirse perder el control. No por ella. No podía transmitirle ninguna emoción negativa a Amy. Su recuperación dependía de la paz que él pudiera proyectar.
Se pasó una mano por el cabello. Él, que había tenido infinidad de mujeres, ¿con qué derecho juzgaba? Lo único que importaba ahora era ella.
Recordó el propósito original de buscar ese momento a solas. Se acercó a la pequeña maleta de mano que había pedido que le trajeran del hotel. Buscó en un compartimento oculto y sacó un pequeño frasco de cristal oscuro. Contenía un aceite perfumado, una mezcla que había encargado hacía años intentando recrear el aroma exacto de la piel de Amelia en Costa Careyes: sal marina, flores tropicales y ese toque dulce, casi a fresas. Siempre lo llevaba consigo, un a