—¡Pues que muera entonces! Pero incluso convertido en fantasma, no voy a dejarte en paz jamás…
Jalándola con los dientes con fuerza, me arranqué la hoja de acero que aún seguía clavada en mi hombro. El dolor fue desgarrador, pero lo que le impactó fue la reacción de Lucian: se quedó pasmado, como si no pudiera creer que tuviera la fuerza de voluntad suficiente para hacer algo así. Seguro pensó que me quebraría antes.
Aprovechando su momento de desconcierto, bajé furioso la cabeza y le embestí con todo el cuerpo, directo al rostro. Sentí el crujido de su nariz estallando, y de pronto la sangre comenzó a brotar a chorros.
Lucian retrocedió unos pasos tambaleándose, soltó la pierna con la que me tenía sujeto y al mismo tiempo se le escapó la hoja de acero de las manos. Al ver que la maniobra había surtido efecto, volví a cargar contra él con la cabeza.
Golpe tras golpe, su cara quedó hecha un completo desastre: piel desgarrada, sangre mezclada con carne casi que al rojo vivo. Estaba casi