—Será mejor que no me obligues —le advertí—Si me llevas al límite… soy capaz de hacer cualquier cosa.
Ese bastardo nunca tuvo la intención de dejarme ir. Lo veo claro ahora. Así que, por supuesto, yo tampoco podía permitirle que saliera de esta ileso. Si lo soltaba, estaría cavando mi propia tumba. Me iba a buscar, tarde o temprano, y esa vez no tendría ninguna posibilidad.
Lucian sonrió, de manera despreciativa, tan afilada como una cuchilla. Sus ojos me perforaron con una mezcla de burla y superioridad:
—¿Ah, sí? ¿Acaso estás pensando en matarme o qué?
Yo estaba medio agachado, aún en posición de ataque, mientras él se mantenía erguido. Desde esa altura, me observaba como si fuera un miserable insecto. Ese tipo de mirada que uno solo lanzaba cuando se creía parte de una casta superior. Su frialdad era la del poder absoluto, la de quien sabía que podía aplastarte cuando quisiera.
Para él, no era más que una simple cucaracha molesta. Un bicho rastrero que le causaba repulsión. Aunque n