Capitulo861
Patricia me dedicó una sonrisa tierna, de esas que solía regalar antes de que todo se complicara.

—No tienes por qué sentirte mal —dijo con naturalidad:— Te pedimos ayuda con Aquilino, no para que además de todo cargues con las tareas de la casa.

Hoy Patricia parecía ser otra. Su voz volvía a ser cálida, serena, como siempre había sido.

Sentí una ligera alegría florecer dentro de mí.

No me atrevía a esperar demasiado. No soñaba con que Patricia fuera especialmente amable conmigo; solo me bastaba con que no volviera a tratarme con la frialdad que había mostrado conmigo la otra noche.

Mientras tanto, Elara, lejos de sus acostumbradas desapariciones matutinas, seguía aún en casa. Sentada a la mesa, trabajaba en su portátil con una concentración absoluta. Sus dedos volaban a gran velocidad sobre el teclado, llenando el silencio de pequeños golpeteos rítmicos.

Preferí no molestarla. Me levanté con discreción y me dirigí al baño para asearme.

Fue entonces, mientras me lavaba las manos, que a
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