Zorath se acercó con una expresión ansiosa, como si no pudiera esperar más tiempo. Con su habitual descaro, empujó a la mujer que lo acompañaba hacia mí, como si estuviera ofreciendo algo de lo que quería deshacerse.
—Vamos, anímate un poco —le dijo en un tono juguetón:— Prueba, quizá hasta te guste…
La mujer, algo incómoda, frunció los labios con un gesto de disgusto.
—No quiero hacer esto, amor…
—¿No te gusta lo prohibido? —insistió él, empujándola con más fuerza:— Solo un rato. Es solo un juego.
Ella, resignada y sin demasiadas opciones, empezó a acercarse a nosotros dando algunos pasos lentos y torpes, moviendo las caderas con una sensualidad indescriptible, pero carente de convicción.
Fue en ese preciso momento cuando Lucía, que hasta ahora se había mantenido recostada contra mí, fingiendo debilidad, se incorporó de golpe.
Su cambio de actitud fue tan repentino que todos quedaron estupefactos.
Lucía y yo nos quedamos en ese lugar, de pie, mirándolos de frente.
Zorath y la mujer se