Sofía permanecía despierta, tendida en su cama con los sentidos alerta. Cuando escuchó por casualidad el sonido de mis pasos alejándose por el pasillo, sintió cómo una extraña comezón comenzaba a recorrer todo su cuerpo, se inquietó como si miles de hormigas eléctricas bailaran bajo su piel.Ella sabía con claridad adónde me dirigía a estas horas de la noche.La curiosidad, ese demonio travieso, comenzó a corroer su autocontrol. ¿Realmente podía ser tan placentero aquello que hacían los hombres y las mujeres en la intimidad? ¿Tan embriagador era como para que yo, a pesar del agotamiento de la jornada, saliera corriendo desesperado en mitad de la noche como poseído?De pronto recordó aquellos vídeos subidos de tono que habían aparecido misteriosamente en su celular semanas atrás. Los había borrado al instante, quemados por la vergüenza... pero ahora, en la soledad de su habitación, sus dedos inquietos parecían moverse por voluntad propia, buscando con frenesí en la papelera de reciclaje
Lo más impactante de todo era que Carla, descaradamente, no llevaba nada debajo de aquel atuendo.Sus generosas curvas, blancas como la nieve recién caída, se perfilaban seductoras bajo el tenue tul carmesí con una provocación casi obscena. Cada movimiento suyo hacía que la seda rozara sus pezones erectos, creando un espectáculo que habría hecho enrojecer hasta al más mojigato de los monjes.—¡Eres una tentación andante! ¿Seguro que en tu vida pasada no fuiste algún tipo de demonio seductor? —No pude contenerme por más tiempo y la atraje hacia mí con fuerza bruta e impetuosa, enterrando mi cara en su escote.Esa mujer era la encarnación misma de una zorra celestial. De pronto comprendí con claridad por qué tantos emperadores de la antigüedad habían perdido imperios enteros por mujeres tan fogosas como ella.Su magnetismo sexual era tan potente que hasta un eunuco habría sentido latir su sangre con furia ante semejante visión.—Dime, ¿dónde diablos te habías escondido antes? —Le planté
—Yo no soy como esos profesores mediocres que ascienden acostándose con él. ¡A mí no me intimida!—¿De verdad ocurren esas cosas en nuestra universidad? — pregunté, genuinamente consternado, mientras una oleada de desagrado recorría mi espina dorsal. La corrupción del sistema educativo siempre me había parecido particularmente repugnante.Carla se inclinó un poco hacia mí, y sus grandes ojos almendrados -siempre tan expresivos- parecían destilar una sensualidad natural que sabía con exactitud cómo afectarme. —Precisamente por eso me atraes tanto—, susurró, jugueteando con un mechón de mi cabello: —No solo me vuelve loca tu físico atlético, sino esa deliciosa y apacible inocencia que aún conservas. Si fueras otro hombre mundano y calculador, habrías perdido todo tu encanto para mí hace muchísimo tiempo.Arqueé una ceja, solo medio comprendiendo sus implicaciones: —¿Podrías explicarte mejor?Una sonrisa pícara iluminó su rostro mientras explicaba: —El sexo solo es verdaderamente placent
—¿Acaso, en qué estabas pensando? ¿De verdad crees que podríamos casarnos algún día?— Carla sonrió burlonamente mientras trazaba círculos en mi espalda con su dedo índice. —Incluso si alguna vez me casara -que lo dudo mucho por cierto- jamás sería contigo. Buscaría a alguien de mi mismo nivel social, un hombre con posición y abolengo.Sus duras palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago, despertando al instante ecos dolorosos del momento cuando el padre de Luna me había despreciado por mi humilde origen. Un peso se instaló en mi pecho, y el silencio se apoderó de mí mientras masticaba el amargo sabor de la realidad.Carla, percibiendo el cambio en mi estado de ánimo, se deslizó cuidadosa sobre mi espalda como una serpiente seductora. —¿Qué pasa, cariño? ¿Te he herido con mis cuantas verdades?— Sus palabras eran dulces como la miel, pero cortantes como navajas. —Aunque te moleste, esto no cambiará los hechos. El mundo funciona de esta manera y punto.—No puedo evitar pregunt
Kiros era un auténtico glotón sin remedio alguno. Tan pronto como mencioné la comida, todos sus interrogatorios anteriores se esfumaron de su mente como si nunca hubieran existido. Era casi cómico ver cómo su obsesión gastronómica anulaba por completo cualquier otra preocupación.No habían pasado ni diez minutos cuando distinguí su figura acercándose, pero para mi sorpresa, no venía solo. A su lado, caminando con cierta timidez, estaba Sofía, quien parecía estar pasando por uno de esos días en que todo sale mal desde el amanecer.—Óscar...—, murmuró Sofía con voz apenada mientras retorcía nerviosa los dedos: —hoy me quedé dormida como un tronco. ¿Podrías... llevarme a la universidad, por favor?—Claro que sí, sube al auto—, respondí sin pensarlo dos veces. Ahora que tenía auto propio, estos pequeños favores no representaban ningún problema.Kiros, mientras bostezaba exageradamente como si no hubiera dormido en una semana, masculló entre dientes: —Que Sofía vaya adelante, yo me tiro atr
—Los detalles exactos, la verdad no los sé—, continuó Elara con voz preocupada por el celular. —Eric acaba de confrontarme, preguntándome si las pruebas que tiene su suegro contra él fueron proporcionadas por nosotros.Hizo una pausa significativa antes de añadir: —Al principio evadí sus preguntas, pero entonces mencionó tu nombre de manera específica, cuestionando si estabas involucrado.—Logré despacharlo con evasivas, pero algo me dice que no dejará las cosas así tan fácilmente—, advirtió con tono grave.Respondí con una calma que pareció sorprenderla demasiado: —Que lo sepa no me preocupa. Como dice el refrán: A quien no debe, no teme. Si no ha cometido fechoría alguna, ¿por qué habría de inquietarse?—Me alegra demasiado esa actitud—, concedió Elara: —pero no subestimes a Eric. Podría intentar vengarse sutilmente. Mantén los ojos bien abiertos.—Entendido, jefa. Gracias por la advertencia.—¿Cómo van las cosas en la clínica de Patricia?—Todo está bajo control. Mientras yo esté aq
Eric encendió un cigarrillo y aspiró profundo, dejando escapar el humo lentamente, como si sus palabras también necesitaran tiempo para acomodarse en el aire.—¿Miedo? Claro que tengo temor. Soy como una pez ante esos hombres poderosos. No valgo nada para ellos. —Su voz era áspera, cargada de resentimiento: —¿Quieres saber por qué me atreví a traicionar a Luna, pero no me atrevo a jugar con Isabel?Permanecí en silencio, porque esa era exactamente la pregunta que resonaba en mi mente.Eric, quizás movido por algún oscuro deseo de justificarse, continuó:—La razón es bastante simple. Elrik y su hija son iguales: demasiado confiados. Tienen un punto débil fatal: se dejan gobernar simplemente por las emociones. Para Luna, ese punto débil fui yo. Para Elrik, es precisamente su hija.—Estaba seguro de que, aunque hubiera traicionado a Luna, Elrik no tomaría represalias. ¿Sabes por qué? Porque le preocupa demasiado la reputación de su hija. Si intentara vengarse de mí en secreto, la gente hab
El aire se cortó como un cristal cuando Eric se sobresaltó, como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica en la nuca. Al girarse bruscamente, su espalda chocó con la pared de ladrillos detrás de él. Allí estaba, erguido como un espectro emergido de sus peores pesadillas: la figura imponente de Elrik avanzando con ímpetu hacia él con paso firme, el rostro contraído por una ira tan glacial que parecía capaz de congelar el mismísimo aire.El color se esfumó de las mejillas de Eric, dejando tan solo un tono cenizo. A pesar del divorcio, la sola presencia de su exsuegro seguía ejerciendo sobre él una presión casi física, como si el aire se hubiera convertido en plomo.Con una rapidez tan abismal que rayaba en lo patético, Eric esbozó una sonrisa servil que le deformaba el rostro:—¡Padre! ¿Qué... qué sorpresa tan agradable! —Su voz sonó estridente, tan falsa como moneda de cuero.Tan admirable en el peor de los casos. El hombre había elevado la falta de dignidad a forma de arte.Elrik