Pero jamás podría admitir que se me había parado el miembro. ¡Sería la pérdida total de mi dignidad!
Fingí despertarme, exagerando un poco el movimiento como un actor en escena, frotándome los ojos con teatralidad asombrosa antes de incorporarme. De pronto, me golpeé la frente con la palma de la mano, como si acabara de recordar ene se instante algo crucial:—¡Ah, ya me acuerdo! —exclamé, forzando un tono de sorpresa:— Antes de dormirme, te pedí que me hicieras acupuntura por el dolor en la pierna. Estaba tan aturdido que lo olvidé por completo.
—No hace falta que te disculpes por eso —dije con tono despreocupado, como si todo esto fuera lo más normal del mundo:— ¡Al fin y al cabo estás tratándome!
Así logré aliviar la tensión... al menos un poco.
El rostro de Sofía perdió parte de su rigidez, aunque seguía cabizbaja, con las mejillas arreboladas como granadas maduras. Sus ojos, sin embargo, no podían mantenerse quietos. Por más que lo intentara, su mirada se deslizaba una y otra vez ha