Crueles

Massimo

El sonido de las ruedas contra el mármol era ensordecedor en el silencio de la mañana.

Entré en el edificio del corporativo, mi silla de ruedas avanzaba con cada empuje y el esfuerzo de mis brazos.

Los empleados se apartaban a mi paso, sus ojos estaban llenos de una mezcla de miedo y lástima.

Podía escuchar los susurros y las miradas furtivas, el gran Massimo Mancini estaba reducido a una sombra de sí mismo.

Pero no dejaría que su lástima me hiciera daño, no dejaría que su compasión se convirtiera en mi prisión.

Llegué a la sala de juntas, mi asistente abrió la puerta para mí. Todos ya estaban allí, sus conversaciones se detuvieron abruptamente cuando entré.

—Buenos días —dije, mi voz fría era como el acero— Espero que todos hayan venido preparados.

El silencio que siguió fue ensordecedor, finalmente, uno de los socios habló.

—Massimo, tal vez deberíamos posponer esta reunión, has pasado por mucho, quizás necesitas más tiempo para…

—¿Para qué? —lo interrumpí bruscamente— ¿Pa
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