Razones

Franco

Estaba caminando de regreso con el carbón cuando escuché las voces alzadas. Me detuve, escuchando con creciente incredulidad y rabia las palabras venenosas que salían de la boca de mi esposa.

¿Cómo se atrevía a hablarle así a Emilie? ¿A insinuar esas cosas horribles?

Dejé caer el carbón y me apresuré a ir hacia ellas, llegando justo a tiempo para escuchar a María escupir:

—Mientras que tú... tú eres sólo la zorra que no pudo mantener a su hombre, la zorra que tuvo que venir arrastrándose a casa porque nadie más la quiere.

Vi a Emilie tambalearse como si hubiera recibido un golpe físico, las lágrimas corrían por su rostro, mi corazón se rompió por ella, por todo lo que había soportado.

—¡María! —rugí, haciéndola saltar— ¿Cómo te atreves a hablarle a Emilie de esa manera?

María me miró, sus ojos muy abiertos con fingida inocencia, me enfurecí de inmediato, no sé qué es lo que pasaba por su mente que era tan atrevida.

—Franco, cariño, yo solo estaba…

—Sé exactamente lo que estaba
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