Amanda estaba a punto de volverse loca. ¿Acaso no se daba cuenta de lo provocador que resultaba comportarse así? Sentía cómo la sangre subía a su cabeza sin control, su respiración se aceleraba y las orejas le ardían.
Jorge, con esa intensidad que siempre parecía irradiar, le agarraba la pierna y la acariciaba lentamente. Amanda sentía cómo todo su cuerpo empezaba a aflojarse. Y como el agarre fuerte de su tobillo comenzaba a inquietarla. Inquieta, retiró su pierna apresuradamente.
Jorge levantó la mirada, con desconcierto:
— ¿Qué es lo que pasa? ¿Te lastimé acaso?
— Es que... estás aplicando demasiada fuerza. Mejor lo hago yo.
— Dímelo, y lo haré entonces con más suavidad.
Sus dedos volvieron a acercarse y rozaron suavemente su pantorrilla. Amanda se apartó de nuevo, claramente incómoda.
— En serio, prefiero hacerlo yo sola, es que no estoy acostumbrada.
— ¿Por qué tienes la cara tan roja?
— Es que... estoy solo algo cansada y quiero irme a descansar.
— De acuerdo entonces, descansa.