Andrea
Regresaron a casa en silencio. La actitud de Félix, inusualmente callado, no era una buena señal. Apenas cruzaron el umbral de su habitación, él se detuvo en medio de la estancia, como si necesitara reunir fuerzas para expresar lo que le rondaba la mente.
—No me agrada —fue todo lo que dijo. Andrea sabía que estaba molesto y no podía ocultarlo.
Andrea lo observó con atención. Sus palabras eran escasas, pero su expresión reflejaba un torbellino de pensamientos que no estaba dispuesto a verbalizar. Había algo en aquella mujer que lo inquietaba, algo que no podía ignorar.
Ella suspiró, tratando de encontrar la mejor manera de responder.
—Lo siento, cariño. No sé qué pensar de ella —admitió, mientras él la tomaba suavemente de la mano y la guiaba hasta el borde de la cama para sentarse juntos, mientras la abrazaba por los hombros.
Félix no necesitó pensarlo mucho más. Para él, la situación estaba clara.
—Creo que lo mejor es que sigan como están. No necesitas su amistad, créeme —af