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Leonardo apretó con fuerza el suéter azul que llevaba, el mismo que su madre siempre le decía que no se ensuciara. Estaba sentado en una banca frente al edificio donde vivía Nathaniel. Lo había buscado durante días, observando desde lejos, repasando cada paso que su madre daba para saber cuándo estaría fuera.

Ese viernes, Jazmín se había retrasado en el trabajo, y Elías tenía una reunión importante. Leo lo supo por los mensajes en el grupo familiar. Era el momento perfecto.

Llevaba más de una hora esperando. El sol comenzaba a ocultarse y las sombras se alargaban, pero él no se movía. Las luces de la ciudad parpadeaban lentamente y el cielo se teñía de violeta.

Entonces lo vio.

Nathaniel bajó de su auto negro, elegante como siempre. Su porte imponente contrastaba con la tranquilidad de la calle. Iba solo. Se detuvo unos segundos frente al edificio, sacando su celular para revisar algo.

Este era el momento.

Leo se bajó de la banca, apretando su mochila contra el pecho. Su corazón la