100. Lo que debí hacer
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La puerta del penal se abrió con un chirrido oxidado, y Nathaniel Luther salió con el ceño fruncido, el traje arrugado y la dignidad intacta… al menos por fuera. Jazmín lo esperaba al otro lado, con las manos cruzadas al frente, en un vestido sobrio y gafas oscuras que no ocultaban del todo la tensión en sus facciones. Dio un paso al frente, insegura.
—Hola —dijo en voz baja, como si el aire entre ellos pesara toneladas.
Nathaniel la miró. Ni una sonrisa, ni un gesto, ni siquiera un parpadeo más largo de lo necesario.
—Viniste en persona —fue todo lo que dijo.
Ella asintió con cierta incomodidad.
—Te saqué yo —confesó, como si le pesara cada palabra—. Lo menos que podía hacer era darte la cara.
Él no respondió de inmediato. Caminó hacia el auto sin invitarla a seguirlo, pero ella lo hizo de todos modos. El camino de regreso fue silencioso, cargado de lo que no se decía. Jazmín jugaba con sus dedos sobre el regazo, y Nate solo miraba por la ventana, los ojos encendidos por emocione