De regreso al castillo

Entramos a la habitación en silencio. El aire todavía estaba impregnado de incienso y esencias sanadoras. Greta reposaba sobre un lecho ceremonial, rodeada de mantas cálidas y piedras lunares. Respiraba con dificultad, pero estaba viva. Viva. Y eso ya era un milagro.

Enzo soltó el aire de golpe al verla abrir los ojos.

—Tía de mi corazón… —susurró mientras se lanzaba a sus brazos con fuerza—. No sé qué habría hecho si algo te sucede…

—¿Qué iba a sucederme, muchachito? —respondió Greta con esa voz ronca pero cálida que ya nos resultaba tan familiar—. Todavía tendrás a tía Greta para rato… aunque a veces te saque de quicio y solo quieras que me vaya para que te deje en paz.

—Nunca vuelvas a decir eso —le dijo Enzo, acariciándole la mano con suavidad—. Si eres tú la que se empeña en vivir en otro lado, porque si por mí fuera, te tendría encadenada en el castillo para que no te escapes.

—Sí claro… eso si yo lo permito. Faltaría más. Aunque seas el temible alfa oscuro, yo sigo siendo como
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