“Adivina qué, Zara”, canturreó Valeria al teléfono, sin aliento, con esa emoción que era en parte triunfo y en parte cálculo.
“¿Y ahora qué?”, respondió Zara, seca. “Si esto es otra treta, Val, te juro que…”
“Es real”, interrumpió Valeria, encantada. “Estoy embarazada”.
Hubo un instante de silencio en la línea. “¿Qué?”, dijo Zara finalmente, incrédula. “Ni hablar. ¿Hablas en serio?”
“Sí”, dijo Valeria, suave y segura. “Estoy embarazada”.
El tono de Zara pasó de la sorpresa a la sospecha. “No te acostaste con Mateo. ¿Por qué me lo cuentas como si fuera una buena noticia? No me digas que dices que es suyo”.
La risa de Valeria tenía un tono quebradizo. “Tranquila. Ya te lo dije: no me acosté con Mateo. No he estado con ningún hombre que no fuera el que me convenía. Pero le dije a Mateo que es suyo”.
“¿En serio?”, preguntó Zara. “¿Entonces le mientes sobre la paternidad? Valeria, eso es…” Se detuvo. “¿Quién es el padre entonces? No me digas que es Leonardo.”
La voz de Valeria se enfrió, a