Chloe se giró, el corazón golpeándole el pecho como un pájaro atrapado contra un cristal. Brendan la observó en silencio, la crueldad fría en sus palabras, suspendida en el aire viciado entre ellos.

Él no era el hombre desesperado de la habitación, tampoco el espectro ebrio de la cena. Ese Brendan era algo nuevo. Una figura de calma glacial, sus emociones perfectamente guardadas bajo una máscara de indiferencia acerada. Estaba serio, sus ojos azules desprovistos de calor, evaluándola como si fuera una ecuación que ya había resuelto.

Chloe se obligó a enderezarse, a alisar la seda de su vestido. La máscara que se había recompuesto en el espejo ahora debía resistir el impacto de su creador.

—No sé de qué estás hablando —dijo, su voz tan fría como la de él.

—¿No? —Brendan sonrió, pero fue una sonrisa sin humor, el filo de un cuchillo rozando la piedra—. Te ví mirándome cuando esa mujer se me acercó, saliste huyendo. ¿Quieres saber por qué sientes que el corazón se te va a salir del pecho