Aurora Hidalgo siempre ha vivido a la sombra de Salomé, su despiadada hermana mayor. Salomé fue elegida como heredera de la compañía de sus padres, esto la volvió arrogante y ambiciosa. Aurora cayó en la boca del lobo en cuanto conoció a Jean Zelaznog, un apuesto y exitoso CEO que entró en su vida para darle una sacudida. Ella se verá envuelta en un torbellino de emociones prohibidas. Una alianza entre ambas familias desencadenó un compromiso arreglado entre Salomé y Jean. A pesar de esto, él no pudo evitar sentirse atraído por la inocencia y la pasión que emanaba de Aurora, su amor floreció en secreto, desafiando las expectativas y las obligaciones familiares. Pero el amor en las sombras es un juego peligroso que les traerá graves consecuencias. Con cada encuentro clandestino, Aurora y Jean se adentran más en un laberinto lleno de deseo y decepción. ¿Podrá su amor y determinación superar los obstáculos? ¿O se rendirán en el proceso?
Ler mais—¡Ay, ya! ¡Quítate! Ni para eso sirves —exclamó Salomé, empujándome con fuerza.
Se abrió paso hacia la mesa del estudio. Me había pedido que le redactara un informe acerca de los nuevos productos frescos que llegaron al restaurante, pero no le gustó.
A mi hermana mayor nunca le gustaba nada de lo que yo hacía, era como si mi simple presencia le enojara. No entendía, si yo lo único que quería era caerle bien. Me portaba bien con ella, sin recibir el mismo trato.
—Hermana, ¿no puedes volverlo a revisar? Estoy segura de que quedó bien —inquirí, acercándome.
Ella era una mujer castaña, de veintiocho años, cuyos ojos eran tan azules como el cielo, y yo los tenía igual. Me clavó su típica mirada de fastidio, esa que claramente me decía: vete.
Traté de colocar mi mano en su hombro para tranquilizarla, pero me la quitó de golpe, arrugando la nariz.
—¡Te he dicho que no me toques! Ash, me agotas la paciencia, Aurora. No entiendo cómo puedes ser tan estúpida —masculló, con una mano en su sien—. Yo haré el trabajo que nunca haces bien. Ya puedes marcharte.
Bajé la cabeza.
¿Por qué se molestaba todo el tiempo? No podíamos tener ni un momento tranquilo sin que se le salieran los humos.
Apreté los labios, sostuve los pliegues de mi sencillo vestido estampado con flores y me atreví a refutar en su contra, porque mi intención no era arruinar su día, solo quería que fuéramos hermanas normales.
Sin discusiones, sin peleas, ni nada por el estilo.
—Salomé, no creo que debamos llevarnos mal, te lo he venido diciendo desde hace años —solté, tratando que mi voz saliera con firmeza.
Ella levantó el mentón y me miró como si estuviera ofendida. Frunció el ceño y se levantó de su asiento, apoyando sus dedos en el escritorio con cautela. No sabía si estaba buscando intimidarme, pero esa sonrisa maliciosa me daba mala espina.
—¿En serio crees que tienes derecho de hablar? —Se cruzó de brazos—. Yo soy la responsable de seguir llevando a la cima a H&G. Te trataré como me dé la gana —añadió.
Se acercó hasta posar su dedo índice sobre mi frente, es lo que solía hacer cuando mis palabras la aturdían y quería liberarse de mí.
—Que te quede claro —Tomó una pausa para susurrarme al oído—: No me agradas, y nunca lo harás. Eres muy tonta, hermanita. Lástima que no te das cuenta de ello.
Se separó para soltar una aguda carcajada fingida. La miré con las cejas hundidas. En verdad, lo único que deseaba era caerle bien a mi propia hermana.
No me rendía, porque mi objetivo era hacer que dejara de odiarme, pero dadas las circunstancias, no iba a aguantar esos tratos para siempre.
Cada vez era más difícil hacerla cambiar de opinión.
—¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho? —cuestioné, sintiendo el nudo en la garganta.
—¿Es que no lo entiendes? —bufó, con diversión—. Tu simple aspecto me desagrada, querida. ¿Crees que por ser rubia serás el centro de atención? ¿Crees que por tener una cara bonita y hacerte la inocente me ganarás? —escupió.
Caminó con lentitud por toda la habitación, ella exploraba el lugar con sus ojos. ¿Todo por mi apariencia? Eso no tenía sentido, si ella era muchísimo más hermosa que yo.
Su figura esbelta la hacía parecer una modelo, sobre todo sus firmes y bien formados glúteos que se notaban más gracias a su falda de tubo. Su blusa blanca de botones apoyaba al look de oficina, aunque estuviéramos en la mansión Hidalgo.
Salomé y yo trabajábamos en la misma empresa, solo que ella era la futura heredera del cargo de CEO, pero antes de poder asumir ese papel, debía contraer matrimonio... Nunca solía hablarme de ese tema.
Papá seguía siendo el CEO de H&G, nadie dudaba de él porque su restaurante era el más famoso de la ciudad, calificado con cinco estrellas y más de un millón de reseñas en la web.
—¡Pero hermana, yo no te voy a quitar nada! —exclamé, defendiéndome.
Algo en mí me decía que ella cambiaría el día que subiera a la cima. A Salomé le asustaba la posibilidad de que yo pudiera quedarme con el cargo, lo cual era totalmente imposible, pues nuestros padres dejaron en claro que ella era la heredera.
Yo solo sería su mano derecha, más nada.
En la empresa yo era una simple secretaria que trabajaba para Salomé, quien era la directora ejecutiva de operaciones. Ambas solíamos tener discusiones bastante fuertes en el trabajo.
Nuestros padres no apoyaban a ninguna de las dos cuando teníamos diferencias, o bueno; mamá estaba más del lado de Salomé. Nos veían como inmaduras a la hora de discutir por trivialidades, pero la que siempre llegaba a esas discusiones era Salomé.
—Cállate, Aurora. Tu voz es muy molesta, entiéndeme —dijo, entre dientes—. ¿Por qué no te vas? Déjame terminar este trabajo sola.
—Tenemos el día libre, deberías descansar un poco —recomendé, juntando ambas manos.
—¿Vas a cuestionarme otra vez? —inquirió, en tono burlón—. Es increíble que tu cabecita no comprenda lo que te digo.
—Hermana, yo solo me preocupo por ti —expresé, lastimada por sus palabras.
Yo la quería. Ella había sido mi ejemplo a seguir desde pequeñas. ¿Por qué no se sentía igual?
Haber crecido junto a Salomé fue bonito, pero también doloroso... No recordaba en qué momento empezó a tratarme así, si antes nos divertíamos mucho.
—Pues yo no me preocupo por ti, así que lárgate, Aurora —ordenó, señalando la puerta.
—Puedo ayudarte... —murmuré, con la vista en el suelo.
—¡Deja de decir estupideces! ¡No pudiste redactar bien el informe! ¿Cómo no quieres que esté molesta? —chilló, viéndose frustrada—. Mejor vete.
—Pero... —No me dejó terminar.
—Si no te vas ahora, le diré a papá que no dejas de hacer todo mal —amenazó.
Tragué saliva. Mis ojos se abrieron con sorpresa y horror porque Salomé cada vez caía más bajo al querer acusarme con nuestro padre.
Ya no éramos niñas, eso no le iba a servir para toda la vida.
—Salomé, estamos un poco grandes para esto... —titubeé.
—¡No me digas qué puedo hacer y qué no! —exclamó, con la mandíbula tensa.
Agarró el vaso de agua que estaba sobre el escritorio y con un movimiento rápido, lo derramó encima de mí. Cerré los ojos, esperando que el líquido terminara de recorrer mi frente, hasta bajar por mi cuello.
Apreté los puños con rabia. Estaba fría, y eso que no tenía hielo. Salomé hacía ese tipo de cosas cuando perdía la paciencia, pero era mi culpa, después de todo la hice enojar.
—Lo siento...
—¡Que te calles, tonta! ¡Vete de una buena vez! —Empezó a empujarme con sus manos.
Sus uñas se enterraron un poco en mi espalda, dejándome entristecida por no poder hacerla cambiar de opinión respecto a mí. Anhelaba que fuéramos unas buenas hermanas, pero por más que pasaran los años, no lo lograba.
Tenía que rendirme con ella.
Abrió la puerta del estudio, sacándome casi a patadas de ahí. Estaba mojada, sola y pensando en cada cosa que yo hacía para molestar a Salomé sin querer.
—Dios... —resoplé.
Caminé por los pasillos de la mansión hasta llegar al baño de mi habitación y poder cambiarme de ropa. Debía salir de ahí, aprovechando que tenía el día libre.
Mi horario de trabajo empezaba a la una de la tarde, por lo que también solía salir en las mañanas a mi lugar seguro: una biblioteca.
Leer libros me alejaba de la realidad, lograba que yo me metiera de lleno en una historia para poder ignorar todo lo malo que me sucedía.
Salí de la mansión, sin avisarle a mi madre porque era la que se encontraba en casa. Le pedí al chófer de la familia que me llevara. De todas formas, nadie se daba cuenta cuando yo salía de casa.
Era como si no tuviera importancia. Una vez estuve fuera durante dos días y no preguntaron por mí. ¿Debería de sentirme mal por eso?
Llegué a mi destino. Abrí las puertas de vidrio hasta toparme con la bibliotecaria, se podía decir que era mi única buena conocida. Una mujer de piel pálida y cabello naranja. Sus ojos azules me miraban con ternura, junto a una agradable sonrisa.
—Aurora, bienvenida. Hoy has venido temprano —comentó, con amabilidad.
—Sara, hoy me quedaré un buen rato... —resoplé.
—¿Otra vez problemas con tu hermana? Siempre vienes por eso —preguntó, con la palma de la mano en su mejilla.
—Adivinaste.
—De acuerdo. Hay una nueva maquina expendedora en el lugar donde te sientas siempre. Y como ya sabes, son sesenta la hora, pero como eres una fiel visitante, te la bajaré a cincuenta —informó con un guiño de ojo.
—Muchas gracias, aunque sabes que puedo pagarlo —reí.
Tomé el pase que me dio y caminé, mirando el montón de libros de diferente contenido en los estantes. Prefería leer en la biblioteca porque lo sentía mi lugar seguro, sin tener que llevármelos a casa.
Busqué el libro que estaba leyendo la última vez que estuve ahí... Lo encontré con facilidad, estaba en la misma estantería. Lo tomé y contenta me senté en mi sillón favorito, de una textura aterciopelada y color rosado.
Mi culo se hundía en el asiento, era una experiencia agradable. Solté una bocanada de aire, lista para comenzar con mi lectura.
Me dejé llevar por las palabras y lo atrapante que era la historia. Mi concentración se fue más allá de lo que imaginaba.
—¿Salvada por el CEO? Es un excelente libro —Una voz masculina y desconocida me habló.
Mi cuerpo se sobresaltó y me cubrí la mitad de la cara con el libro abierto, solo dejé a la vista mis ojos ante aquél desconocido.
Fue un poco extraño.
¿Quién era él?, ¿por qué me habló?
*Cinco años después*La brisa era reconfortante para la mujer que estaba sentada en en la orilla del mar, viendo a sus dos hijas corriendo de un lado a otro.Estaba feliz, porque en los últimos años habían logrado conseguir todo lo que se propusieron. Fue difícil criar a dos niñas al mismo tiempo, sobre todo en aquéllas noches en donde lloraba una, luego la otra, y los mantenía a ambos en vela.Jean se acercó a su mujer, sentándose a su lado con dos bebidas refrescantes para el calor.—No pensé que Sara tuviera un niño poco tiempo después del nacimiento de nuestras hijas —habló el moreno, recordando los viejos tiempos.—¡Te acabo de escuchar, Jean! —se quejó la recién nombrada.Y es que Sara había estado con ellos desde los inicios de su relación. Por desgracia, creyó haber conseguido el amor de un hombre, pero se equivocó y terminó siendo madre soltera, aunque estaba agradecida con el hijo que se le dio.—Es que de ti no me lo vi venir —bromeó él.—Yo extraño a Sakura, ¿ustedes no? —c
*Cuatro meses después*Parecía que los días pasaban volando, porque Jean ya estaba mucho mejor e inició con la fisioterapia, por lo que podía moverse con más facilidad que al principio.Era el día de nuestra boda, y aunque no fuera la gran cosa porque sería una reunión pequeña, yo me sentía la mujer más afortunada del mundo.Mi padre al final siguió en contacto conmigo, por lo que se ofreció a llevarme al altar improvisado que había hecho Sara.—No sabes lo arrepentido que estoy por no darme cuenta de que tú debías ser la heredera, Aurora —confesó, mi brazo se entrelazaba con el suyo.—Padre, ahorita puedo decir que soy muy feliz sin necesidad de heredar ese puesto. Estoy bien con mi vida —aseveré.—Y no lo dudo.—Gracias por ser parte de esto, padre... —murmuré, con gratitud—. Es reconfortante saber que cuento con tu apoyo.—Es mi forma de redimirme por lo que te causé, Aurora —alegó.Al final, a Salomé la habían metido a un hospital psiquiátrico porque sus ataques de ira siguieron,
Las semanas pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y Jean ya estaba listo para que le dieran de alta. Podía caminar, pero le costaba un poco mover su torso ya que todavía le daban ciertos dolores que se calmaban con analgésicos.—¿Listo para regresar a casa? —pregunté.Le tenía una sorpresa para cuando llegara. Allá se encontraban: Sara, Ezequiel, Sakura y Marcus. Esperándonos con un gran cartel de bienvenida, unos cuantos globos y una buena cantidad de comida servida en la mesa como si de una fiesta se tratase.—No sabes cuánto. La comida del hospital ya me tiene harto —se quejó, tomando mi mano.—Bien, Jean. Todo listo para que te vayas, recuerda que debes de hacerte chequeos cada cierto tiempo para comprobar que los huesos hayan sanado por completo —Apareció el doctor, sorprendiéndonos—. Sigue mis indicaciones y la receta médica, y estarás bien.—Muchas gracias por la ayuda y el apoyo, doc —expresó, estrechando su mano.—Un placer haberlo ayudado. No se olvide de la fisioterapia, le
Habían pasado unos días en los que estuve en reposo ya que el doctor quería asegurarse de que no tuviera ningún problema. Por fin me dieron de alta y Jean seguía sin despertar, pero solía ir a su habitación todos los días con la esperanza de que abriera los ojos.Mi padre también me visitaba, trayéndome alguno que otro postre que fue previamente aprobado por el doctor. Por alguna razón sentí que quería enmendar el pasado.—¿Por qué no vas a ver a tu hermana? Así te burlas de ella en su cara —sugirió Sara.Ambas estábamos caminando hacia la habitación de Jean, ella me dejaría con él porque tenía que trabajar ese día y ya había mantenido la biblioteca cerrada para estar pendiente de mí.Le estaba agradecida. Sakura también quiso hacer lo mismo, pero tenía que ayudar en la empresa a Marcus y a Ezequiel debido a la situación de Jean.—No creo que haga falta. Estoy bien al saber que recibió una cucharada de su propia medicina —resoplé, abrazándome por el frío que hacía dentro del hospital—
Mis ojos se abrieron lentamente, luchando contra el peso del sueño inducido por el daño que recibí. Las luces del techo blanco parpadeaban borrosas sobre mí, y el olor estéril del antiséptico llenaba mis sentidos.Me di cuenta que estaba acostada en una camilla y tenía una intravenosa. Sentía el cuerpo adolorido, pero sorprendentemente intacto, salvo por los rasguños que ardían en mi piel, y uno que otro moretón.Mi cabeza también estaba rodeada con vendas, en la parte de arriba. Supuse que me llevé un fuerte golpe sin darme cuenta.—¿Aurora? ¿Puedes oírme? —La voz alguien sonaba lejana, pero clara.Con un esfuerzo, asentí, intentando aferrarme a la realidad que se deslizaba entre mis dedos temblorosos por tratar de recordar lo que había pasado.—Estás en el hospital —continuó el hombre que empecé a visualizar, llevaba una bata de médico—. Hubo un accidente... pero tienes suerte. Tú y los bebés están bien, fue todo un milagro que salieran ilesos, considerando las circunstancias. Solo
—Lástima que la cita con el ginecólogo me la dieron para la próxima semana —resoplé.Me encontraba en una cafetería hablando con Sara. Ella me ayudó muchísimo cuando me echaron de casa, y en general nunca me había dejado abandonada.—Bueno, yo voto por que sean trillizos —Cruzó los dedos, bebiendo un sorbo de su batido.—¡Sara! No sean tan cruel conmigo —reproché—. Tener tres niños al mismo tiempo sería muy agotador.—Estaba bromeando —rió—. ¿Y qué tal les va? ¿Todo bien en su nuevo hogar? —Apoyó sus codos sobre la mesa.—Es increíble, no pensé que sería agradable vivir con un hombre —aseveré, comiendo una papa frita.Últimamente me estaba dando el doble de hambre, sobre todo si se trataba de comida chatarra. Ya nos habíamos comido unas buenas hamburguesas que habían llegado por tiempo limitado y estaban en promoción.—Corrección, vivir con un hombre que amas —alegó—. En mis treinta años he compartido piso durante una semana con dos hombres distintos, y ya sabes para qué.Me guiñó el
Último capítulo