Ezequiel
Morgana aún tiembla en los brazos de Dorian. Su respiración es entrecortada, sus ojos perdidos en algún lugar entre el presente y sus recuerdos de antaño. Ya hemos atravesado numerosas pruebas, pero esta me aterra. Porque esta vez, ella lucha contra su propio pasado.
Miro a Lucian, que aprieta los puños. Él también lo sabe. Estamos ligados a ella, mucho más de lo que habíamos imaginado. Las revelaciones del claro no dejan lugar a dudas: ya hemos vivido todo esto, y hemos fracasado.
— Debemos irnos de aquí, digo con voz ronca.
Lucian asiente y me ayuda a levantar a Morgana. Dorian la sostiene aún, sus brazos rodeando sus frágiles hombros. Ella se aferra a él como a un salvavidas, y una sombra de celos atraviesa mi mente. Pero no es el momento.
Cruzamos el bosque a toda prisa, apresurados por una amenaza invisible. A nuestro alrededor, el aire parece hacerse más denso. Siento la aproximación de una fuerza antigua, como si las sombras mismas nos estuvieran siguiendo.
— No se det