Sasha
El aire estaba saturado de tensión.
El almacén se erguía frente a mí, una silueta masiva en la noche. El lugar parecía desierto, pero sabía que era un engaño. Dante no se dejaría atrapar tan fácilmente.
Me volví hacia mis hombres. Esperaban mi señal. Lobos leales, listos para seguirme hasta el infierno. Adrian estaba a mi lado, su mirada escarlata brillando en la oscuridad.
— No cometemos errores, susurré. Dante nos espera. Sean rápidos, golpeen fuerte. No dejen escapar a nadie.
Un murmullo de asentimiento recorrió mis filas.
Adrian, por su parte, no decía nada. Observaba el almacén, su expresión impenetrable.
— ¿Tienes un mal presentimiento? le pregunté.
— Siempre, cuando se trata de ti.
Le levanté una ceja.
— ¿Qué insinúas?
— Que siempre te lanzas a las trampas de cabeza, respondió con una sonrisa torcida. Y eso me gusta.
Gruñí, pero no tenía tiempo para discutir con él.
Un simple gesto de la mano, y mis lobos se dispersaron.
El asalto había comenzado.
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Dante
Los vi llegar