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El aire entre los dos se cortó por un segundo, oyéndose solo la respiración entrecortada de Alexei sobre el cuerpo de Serena.
—¿Qué estás haciendo? —la mujer, aún confundida por el sueño, gruñó furiosa.
Alexei quiso reír, pero su corazón se encontraba demasiado acelerado para siquiera pensarlo. ¿Quién iba a imaginar que esa mujer, salvaje como una tigresa, ahora yacía bajo su cuerpo, vulnerable, conquistada sin pronunciar una sola palabra?
El cuerpo del hombre respondió con violencia, un impulso primitivo que emergió desde lo más hondo de su instinto. Algo que jamás había sentido de manera tan irracional despertó bajo sus pantalones apenas colocados, latiendo con una vida propia.
La luna, cómplice muda, se coló por la estrecha reja de la celda, bañando la escena con una luz espectral. La piel de Serena brillaba con un resplandor imposible, suave y satinada, como si se tratara de una visión maldita, una ofrenda en el altar de algún dios antiguo y cru