El silencio fue profundo. Clara no podía creer lo que acababa de escuchar. Su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor que no dejaba de sonar, una alarma que no cesaba. Ignacio estaba frente a ella, sus ojos buscando una respuesta, pero Clara se encontraba en un abismo de confusión. ¿Qué estaba diciendo? ¿Cómo podía ser posible?
-No... -susurró Clara, sin poder encontrar palabras más coherentes. Ella dio un paso atrás, como si las palabras de Ignacio la hubieran empujado a un lugar oscuro y desconocido-. Eso no puede ser cierto. Mi padre... está muerto... ¿Y tú...? ¿Qué estás diciendo, Ignacio?
Ignacio, aparentemente igual de afectado, trató de dar un paso hacia ella, pero Clara lo detuvo con un gesto firme, levantando una mano. Necesitaba tiempo, tiempo para procesar, para hacer que sus pensamientos no se estrellaran unos contra otros como piezas de un rompecabezas sin solución.
-Lo sé -respondió Ignacio en voz baja, sin quitarle los ojos de encima-. Lo sé, es difí