Palermo, medianoche
El silencio se había apoderado del callejón. Apenas se escuchaba el eco de un gato hurgando entre la basura. Damián, Marco y Lorenzo esperaban junto a una cabina telefónica en desuso. Las luces de neón parpadeaban en la esquina como si presintieran la tensión en el aire. No podían llamar desde sus móviles. Demasiado riesgo. Sabían que el Siciliano tenía ojos en todas partes.
Damián marcó con dedos temblorosos la línea secreta. Tres tonos. Luego un cuarto. Al quinto, alguien respondió.
—¿Sí?
—Aquí Damián. Estamos listos. Hay algo que necesita saber.
Un silencio breve al otro lado. Luego, la voz calmada y firme de Antonio, el hombre más cercano al Don.
—Habla.
—El Siciliano va a atacar los restaurantes de la avenida principal. Nos mandó a pedir tributo y, si se niegan, a quemar o golpear. Dice que es el inicio. Que Palermo será suya.
—¿Él mismo lo dijo?
—Con sus propias palabras. Quiere dinero cada semana. Nos está usando para provocar miedo.
Otro silencio. Esta vez