Veinte años atrás
—¿Y qué pasaría si la cincha de una montura está en mal estado? —preguntó Adalberto, como quien no quiere la cosa, mientras observaba con aparente indiferencia a los caballos en la cuadra.
A él nunca le gustaron los caballos. Le parecían bestias nerviosas, demasiado nobles para el mundo sucio en el que había crecido. Pero el negocio de los pura sangre era una de las tantas fachadas de los negocios “lícitos” de su padre, el Don. Así que ahí estaba, fingiendo interés.
Nico, el mozo de cuadra, se limpió el sudor de la frente y respondió sin sospechar la sombra detrás de la pregunta.
—Pues… se rompería, señor. Y si se rompe mientras el jinete está montado, puede caerse. Feo. Golpearse la cabeza, el cuello… o morir. Por eso revisamos cada montura, cada pieza. Aquí todo se mantiene impecable, puede estar tranquilo.
Sonrió, orgulloso de su trabajo. Adalberto asintió, devolviéndole una sonrisa... pero la suya era distinta. No había calidez en sus ojos, sólo una chispa helada