Celeste
La daga salía del pecho de Valerius con una facilidad asombrosa. Las piedras que la adornaban brillaban como si tuvieran luz propia, como si fueran pequeñas estrellas incrustadas.
—¿Qué clase de hechicería es esta? —dijo mi mate, angustiado.
—Es mi daga Alaric. Fue hecha para mí, solo para mí. Y sí te respondió a ti una vez, porque el pacto fue pagado con sangre. La daga, la hechicera que la hizo y yo… estamos unidos —explica el vampiro mientras mi mate yace débil en el suelo y yo suplico su nombre—. Tuve una maldición, sé que tu grupo de aliados logró enterarse. Yo no podía salir y por eso, cuando escuché que buscabas ayuda, envié al tonto de Tobías a proponerte un acuerdo. Tenías que venir hasta aquí. Tantas veces intenté contactarte, pero tú estabas sumido en un aburrimiento eterno, no había nada que te tentara. Y juro que cuando te tuve enfrente, ¡no lo podía creer!: el viejo lobo, el más poderoso, estaba aquí ofreciéndome exactamente lo que yo necesitaba.
—¿A qué te refier