Eva
El aire de la noche se sentía pesado, cargado de una tensión que me envolvía como una lámina invisible, mientras el camino serpenteaba hasta la majestuosa mansión que se alzaba ante nosotros.
Era una construcción monumental, de arquitectura francesa, que evocaba otro tiempo, otro mundo. Los muros parecían interminables, coronados con torres que arañaban el cielo nocturno. Una mansión restaurada rápidamente, pensé. Sabía que su majestuosidad tenía otro origen, y sin embargo, el viejo vampiro ya había hecho de este lugar su hogar.
—Avanza, traidora —espetó uno de mis escoltas mientras me empujaba. Tropecé, luchando por no caer al suelo. El collar de plata en mi cuello ardía, recordándome constantemente mi posición. Humberto iba delante de mí. Era mi captor, mi señor, mi dueño. De nuevo.
Cuando cruzamos el umbral, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Las paredes estaban cubiertas de paneles de madera oscura, intercalados con tapices que parecían tan antiguos como el propio Valerius. H