Celeste
—La tierra y el agua confluyen muy bien. Recuerdo que este río no estaba cuando empecé a crear este jardín. Cambió su curso, como si deseara estar aquí. Ahora lo entiendo: era una señal de que mi mate tendría algo que ver con ello. La tierra y el agua son una sola. La tierra puede vivir sin agua mucho tiempo, pero se empobrece, se debilita y se corrompe. Es el agua del río la que creó todo esto —explicó él, señalando el jardín, las flores, los frutos, los árboles y los animales. Seguía hablando del jardín, de cada árbol, de como construyó las cabañas con sus propias manos, de como almacenó tantas cosas hasta que yo llegara. Yo, su mate.
Él se dedicó a cuidarme, atento a que yo estuviera bien. Vi cada uno de sus movimientos, la forma en que me observaba, como si pensara que fuera a decaer. Y a la vez, pendiente si sentía de nuevo mi poder. Probé un durazno delicioso y cerré los ojos, pensando en lo especial que era.
—El poder se asentó bien en mí cuando lo tomé en el templo, fue