—Fara, ¿estás bien? —preguntó Alen, viendo a la pálida mujer picando unas verduras que luego echaba en una olla.
Ella asintió, mirándolo brevemente. No sólo su palidez cadavérica era para preocuparse, lucía más delgada y frágil que al llegar. Incluso la había visto dormitando mientras barría la cocina. Y estaba más temerosa también, sobre todo de su señor.
La posibilidad de que el hombre la hubiera lastimado era impensable para él y supuso que se trataba de los malos recuerdos de su antigua vida más algún malestar que la aquejaba.
—Mi señor, yo podría buscar un curandero para que la vea, me preocupa su bienestar.
El Tarkut lo estudió con interés y un ominoso brillo relució en sus ojos grises.
—¿Tienes algún interés especial en la sierva? Estos últimos días, tus suspiros se han vuelto abundantes, tanto como las veces que te he encontrado sonriendo sin motivo aparente. No me digas que esa mujer ha logrado conmover tu corazón.
Alen se sintió avergonzado por lo evidente que resultaba