Parecía que en la mansión Montiel las cosas estaban tomando una rutina diaria. A la mañana siguiente, los gemelos estaban listos justo a la hora de ir al colegio. Elizabeth, a la altura de cada uno de ellos, los miró sonriente.
—¡No hagan travesuras en el colegio! Sean buenos niños —les dijo, mientras les daba un beso en la frente.
Xavier salió de su despacho y, al verlo, los niños se lanzaron sobre él.
—¡Papá! ¿Cómo estás? —preguntó Eithan, quien estaba más emocionado de verlo.
—Muy bien, pequeño. Obedezcan a mamá y pórtense bien —les respondió, también besando su frente.
—Claro que sí, papá —sonrió Emma—. Somos los niños más inteligentes del salón.
Todo marchaba como si fueran la mejor familia. Dante llegó por ellos, y los niños no dudaron en salir corriendo, abrazándose a sus piernas.
—¡Tío Dante! —dijeron al unísono, y el hombre se sonrojó. Este era el resultado del buen trato que les había brindado y del cuidado que les había mostrado; los pequeños se encariñaron rápidamente con é