Al escuchar su nombre, Elizabeth se giró, completamente aterrorizada, sintiendo que iba a desfallecer. ¡Verlo allí era una auténtica pesadilla! Sus miradas se encontraron, y Xavier, con el ceño fruncido, no podía ocultar la ira que lo consumía; era tanta su rabia que parecía apretarle el cuello. En su mano, llevaba el zapato de Emma, se aferraba a este con fuerza mientras dirigía su mirada hacia el auto.
—¡Bájate inmediatamente del auto, Elizabeth, y trae a los niños! —ordenó con voz cortante, en un tono excesivamente autoritario. Mientras se acercaba poco a poco.
Elizabeth se quedó perpleja, sintiendo que su corazón podía salirse del pecho por el terror. Era evidente que Xavier estaba furioso, completamente irracional, y sabía que sería capaz de cualquier cosa. Cuando él se ponía así, sus palabras se reducían a órdenes certeras y agudas.
—¡Elizabeth! —gritó Xavier, dando dos pasos largos hacia ella, pero ella no permitió que la tocara. Apretó los dientes y, con determinación, se meti