EL SR. VICENZO
Christian tomó la mano de Elizabeth y le dio un suave beso en el dorso.
—No tienes nada de qué disculparte, ni de qué sentirte mal, Elizabeth. Todo lo que hago, lo hago porque te amo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario, pero voy a liberarte de ese maldito animal.
Apretó su mano con firmeza y la guio por un pasillo hacia una habitación al final. Sin embargo, ella no avanzaba.
—No puedo huir ahora mismo. Sabes que están mis hijos; él… él podría hacerles daño. —El solo pensamiento de lo que Xavier podría hacerles a sus pequeños hizo que la piel de Elizabeth se erizara, y quiso regresar.
—No es momento para arrepentimientos. Debemos hablar con Vicenzo; mi tío nos está esperando al otro lado de esa puerta. Esta es nuestra única oportunidad, Elizabeth, no podemos desperdiciarla, por favor.
A pesar de sus dudas sobre seguir a ese hombre, Elizabeth bajó la mirada y continuó caminando. Si tenía que venderle el alma al diablo, estaba dispuesta a hacerlo.
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Una gran pantalla proy