Días después
Xavier inhaló hondo al cruzar el umbral de la mansión y se dirigió directamente a su sillón
favorito. Ni siquiera recordaba cuántos días llevaba fuera de casa.
—Por fin en casa. Estaba harto de ese hospital, ahora podré ocuparme personalmente de
mis negocios —murmuró, moviendo el cuello para aliviar la tensión.
Dante carraspeó antes de hablar.
—Señor, tiene órdenes estrictas de cuidarse hasta completar su recuperación. Esa fue la
condición para su egreso.
—Dante, no necesito que me digas qué hacer. Desde hoy mismo retomo el control. —Xavier
sentenció con firmeza.
Elizabeth negó con la cabeza y se acercó a él. Sin decir nada, colocó las manos sobre sus
hombros y comenzó a masajearlos.
—Dante tiene razón —susurró junto a su oído, erizándole la piel—. Será mejor que esperes
hasta estar completamente recuperado.
Xavier se estremeció ante su contacto. A regañadientes, cedió.
—Está bien, Dante. Encárgate tú por ahora.
Dante asintió y salió de la sala, dejándolos