Elizabeth levantó la cabeza del váter, sintiendo cómo el mareo la envolvía por completo. Se sostuvo como pudo y caminó tambaleante hasta la dura cama del sótano. Habían pasado ya dos semanas. Durante ese tiempo, le había suplicado a Xavier que la dejara salir de ese encierro, pero lo único que consiguió fue avivar aún más su rabia, una rabia que él dirigía hacia ella con crueldad.
Inspiró hondo. Era momento de volver al médico y comprobar cómo iba todo. Sí, Elizabeth estaba esperando un hijo de Xavier. Lo había descubierto el mismo día en que fueron atacados. Sin embargo, el miedo le impidió decirle la verdad. Guardaría ese secreto hasta que fuera imposible de ocultar, hasta que el tiempo hablara por ella y él no pudiera hacer nada al respecto.
Sabía que la noche había caído, y que no pasaría mucho antes de que él bajara a verla. Se había convertido en una rutina. Y así fue. La puerta se abrió de golpe y Xavier encendió la luz, destellándole los ojos.
—¡Xavier! —susurró ella, con la v