A pesar de los obstáculos, Elizabeth continuaba trabajando con empeño en el bar, decidida a que la mayor parte de los ingresos provinieran de fuentes legales, alejándose lo más posible del mundo turbio al que Xavier y sus secuaces estaban habituados.
Pero su esfuerzo se veía constantemente entorpecido por la actitud hostil de Helena, que parecía empeñada en hacerle la vida imposible.
Esa tarde de viernes, al llegar para hacerse cargo del turno, Elizabeth la encontró en una escena que no dejaba lugar a dudas: Helena, prácticamente estaba subida en la barra, coqueteando sin pudor con el barman. Sonriente, mostrándole sus encantos al hombre, sin ninguna restricción.
Al notar su presencia, Helena no se contuvo. Se acercó aún más al joven, lo tomó del delantal y le susurró algo al oído. Él, que hasta entonces limpiaba unos vasos, soltó una carcajada. Los dos estallaron en risas burlonas mientras la miraban fijamente. No necesitaba ser adivina para entender que se estaban mofando de ella.
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