“¿Ruby, estás bien?”
La voz profunda y suave sonó tan cercana. Ruby abrió los ojos lentamente. Su visión era borrosa, pero poco a poco se enfocó en la figura de Erick, sentado al lado de la cama.
Ruby permaneció en silencio. Su memoria aún era un caos: la música fuerte, el rostro de Edward acercándose con una sonrisa pérfida, y luego la patada de aquel hombre misterioso. Su pecho se sentía oprimido.
Erick le tocó la frente con cuidado, pasando una toalla húmeda. “Tienes fiebre. Esa bebida claramente estaba adulterada. Te traje a casa justo a tiempo.”
Ruby sujetó la muñeca de Erick, aunque con debilidad. “¿Lo… sabías?”
Erick asintió, sus ojos serios. “Sabía que saliste a escondidas. Te seguí de lejos. Y llegué justo cuando… estabas a punto de salir herida.”
Las lágrimas de Ruby brotaron de inmediato. “Soy… una tonta, Erick. Confié demasiado fácil. Edward dijo que sabía quién había matado a mi madre… no pude negarme.”
Erick la miró fijamente, su voz firme pero llena de ternura. “Tu erro