El viento golpeaba mi rostro con fuerza, arrastrando consigo el olor a tierra húmeda y a guerra inminente. El frío se me colaba por el cuello del abrigo, pero no me importaba. Lo único que tenía en la cabeza era esa maldita carretera frente a mí, la oscuridad rota por los faros que se acercaban, y la imagen de Carttal, tendido en esa cama, respirando como si cada aliento pudiera ser el último.
No iba a dejar que Alexander lo tocara.
No después de todo lo que él hizo por mí.
Apreté el rifle contra mi pecho. Sentía las manos sudorosas dentro de los guantes. El corazón me latía con fuerza, pero no era miedo. Era rabia. Una furia que había crecido dentro de mí durante años. Desde antes incluso de conocer a Carttal. Desde que era solo un niño más en un hogar donde los golpes hablaban más que las palabras.
FLASHBACK
Tenía doce años cuando me rompieron la nariz por primera vez. Mi padre, borracho, me empujó contra la pared porque se le cayó el encendedor y no lo encontraba. Me gritó que era