Después de la cena, Aslin se retiró a la habitación que le habían asignado junto con Carttal y los bebés. Se sentó en la cama, acariciando suavemente la cabeza de Noah, quien dormía plácidamente en sus brazos, mientras Isabella y Liam descansaban en una cuna cercana. Carttal cerró la puerta tras de sí y suspiró, sentándose a su lado. —Bueno —dijo con una sonrisa ladeada—, debo admitir que esto ha sido… interesante. Aslin dejó escapar una pequeña risa. —Nunca imaginé que Edrien tuviera una familia así. Es… diferente a lo que esperaba. Carttal asintió, recostándose contra los almohadones. —Sigue sin convencerme del todo, pero al menos parece sincero. Aunque su esposa no se anda con rodeos. Leonora tiene una presencia fuerte. —Sí, pero parece que lo quiere mucho —respondió Aslin, recordando la manera en que lo miraba, a pesar de todas las bromas. Hubo un breve silencio entre ellos antes de que Carttal se incorporara un poco. —¿Qué piensas hacer? ¿Realmente quieres darle un
La noche cayó sobre la mansión, envolviéndola en una brisa fresca y una oscuridad apacible. En la terraza, iluminada por faroles antiguos y la luz de la luna, Aslin, Carttal, Edrien y las gemelas se acomodaron en una gran alfombra rodeados de cojines, mientras los bebés dormían cerca y Ethan observaba desde un costado, atento a cualquier necesidad de su maestro.—¡Es noche de historias de terror! —exclamó Leonora con una sonrisa traviesa—. Y yo seré la primera en contar una.Edrien se recostó con los brazos tras la cabeza, observando las estrellas. —Espero que esta vez tu historia sí dé miedo y no sea solo una leyenda romántica con un fantasma triste —bromeó, guiñándole un ojo a Aslin.Ella sintió un leve calor en sus mejillas, pero se encogió de hombros con fingida indiferencia. —Tal vez los fantasmas también merecen amor —dijo con una sonrisa juguetona.Leonora le sacó la lengua antes de empezar a narrar.—Hace mucho tiempo, en esta misma mansión, vivió una mujer que lloraba cada no
La tarde siguiente, el jardín de la mansión estaba adornado con guirnaldas de flores frescas y banderines de colores suaves que danzaban con la brisa cálida. La luz dorada del atardecer bañaba el espacio, creando una atmósfera mágica y acogedora. Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos, y en ellas se disponían platos con frutas exóticas, pasteles, y otras delicias. Todo estaba listo para celebrar la llegada de los tres pequeños: Isabella, Noah y Líam, los nuevos miembros de la familia.Aslin estaba de pie junto a Carttal, observando el jardín con una sonrisa de satisfacción. El sol se reflejaba en su cabello y en sus ojos brillaba una luz especial. A su lado, Carttal no podía dejar de sonreír, el brillo en su mirada era inconfundible. El ambiente relajado y alegre parecía traer consigo una nueva sensación de esperanza, una que Carttal nunca había experimentado con tanta claridad. Por primera vez en mucho tiempo, la felicidad llenaba su corazón.— ¿Sabes? —dijo Aslin, mirando
La noche avanzaba, y mientras las risas y la música seguían fluyendo desde el jardín, Carttal y Aslin decidieron alejarse un poco de la multitud. Caminando despacio, llegaron al balcón que se encontraba en el piso superior de la mansión, donde podían ver las estrellas resplandeciendo en el cielo limpio, sin el bullicio de la fiesta que los rodeaba.Aslin se recostó en la barandilla, mirando hacia el horizonte, disfrutando del fresco aire nocturno que acariciaba su piel. Carttal la observó en silencio, admirando cómo la luz tenue de las estrellas reflejaba en su rostro. No necesitaba palabras para describir lo que sentía; simplemente estar allí con ella era suficiente.— Es increíble cómo todo ha cambiado, ¿no? —dijo Carttal, quebrando el silencio, mientras se apoyaba junto a ella, también mirando las estrellas.Aslin asintió sin apartar la vista del cielo.— Lo es. A veces me cuesta creer que todo lo que hemos pasado nos ha traído hasta aquí. Este lugar… nuestra familia… todo.Carttal
La mañana de la boda amaneció clara y serena, como si el cielo mismo hubiera decidido bendecir el día. Aslin se encontraba en una habitación luminosa de la mansión, rodeada de espejos, flores frescas y un murmullo constante de emoción. El aire olía a jazmín y lavanda, y la luz del sol se filtraba por los ventanales, bañando todo con un resplandor dorado. —Respira, Aslin —le susurró Verónica, su amiga y dama de honor, mientras ajustaba los últimos detalles del vestido. Aslin asintió, con una sonrisa nerviosa en los labios. El vestido era una obra de arte: delicado encaje bordado a mano cubría el corset, mientras una falda amplia de tul caía en suaves capas como olas de seda. Cada detalle había sido elegido con cuidado, desde las pequeñas perlas cosidas a mano hasta el velo ligero que caía como una caricia sobre sus hombros. Mientras le arreglaban el cabello, recogido con elegancia y adornado con pequeñas flores silvestres, Aslin no podía dejar de mirar su reflejo. No solo se veía
La luz matutina entraba a raudales por los ventanales de la cocina, tiñendo las paredes color marfil con tonos dorados. El aroma a pan recién horneado, café y mermelada llenaba el aire, creando una atmósfera cálida y familiar. Aslin estaba sentada en la isla central de mármol blanco, con una bata de lino claro y el cabello recogido en una trenza suelta que caía por su hombro. Frente a ella, tres pequeños comían con entusiasmo, cubiertos de migajas y risas.—¡Mami, Liam se puso mantequilla en la oreja! —gritó Isabella, señalando con el dedo mientras reía a carcajadas.—¡Fue sin querer! —protestó Liam, aunque tenía una sonrisa culpable y los dedos aún cubiertos de untuoso rastro.—¿Cómo que sin querer? ¡Te la pusiste con la cuchara! —intervino Noah, que ya tenía dos tostadas en la mano y mermelada de frambuesa en la punta de la nariz.Aslin se cubrió la boca para no escupir el café entre risas.—Parecen pequeños gremlins con desayuno —dijo, sacando servilletas y limpiando con ternura lo
El camino de regreso a casa fue silencioso. Los niños, cansados por la corrida y aún confundidos por la repentina salida del parque, dormitaban en el asiento trasero mientras el sol descendía lentamente, tiñendo el cielo con tonos anaranjados. Aslin no dijo una palabra. Sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, y sus ojos no dejaban de mirar por los espejos, como si esperara ver aquella figura de nuevo, agazapada entre los árboles o caminando por la acera con esa misma sonrisa cruel.Al llegar, ni siquiera entró por la cocina como solía hacerlo. No saludó a las niñeras, no respondió a los niños que preguntaban si podían ver caricaturas. Subió las escaleras como una sombra y se encerró en la habitación principal. Cerró la puerta con cuidado, pero la cerradura hizo un clic que retumbó en sus oídos como un disparo. Se quitó los zapatos, las gafas de sol, y sin cambiarse de ropa, se recostó sobre la colcha clara de lino, mirando el techo sin
Carttal la abrazó por un largo momento, con fuerza, como si intentara contener el temblor que recorría su cuerpo solo con el calor de su pecho. La habitación estaba sumida en penumbras, apenas iluminada por la tenue luz del pasillo. Desde la planta baja, las voces y risas de los niños llegaban como un eco distante, casi ajeno.Aslin tenía el rostro hundido en el pecho de su esposo. Escuchaba los latidos de su corazón, firmes, constantes, tan distintos al suyo, que retumbaba desbocado. Carttal le acariciaba la espalda con suavidad, tratando de reconfortarla.—Fue solo una ilusión, Aslin —dijo en voz baja, casi como si temiera romperla—. Un recuerdo... nada más. Alexander está muerto. Arlettet le disparó. En el cementerio. Tú estabas allí. Lo viste.Aslin cerró los ojos con fuerza. Sí, ella había estado allí. Había visto a Arlettet disparar sin dudar, había sentido la sangre de Alexander salpicarle las manos mientras él caía al suelo. Recordaba el peso de su cuerpo inerte, la mirada per