El sol brillaba alto en el cielo cuando Aslin se estiró en el sofá, observando a los tres pequeños durmiendo en sus cunas. La mansión estaba en completo silencio, un raro milagro cuando se tenía tres bebés en casa.
—¿Qué te parece si damos un paseo? —propuso Carttal, inclinándose sobre ella y dejando un beso en su mejilla.
Aslin entrecerró los ojos con sospecha.
—¿Un paseo? ¿Con tres bebés?
—Sí. Hemos estado encerrados aquí demasiado tiempo. El aire fresco nos vendrá bien.
La idea sonaba maravillosa en teoría. En la práctica… bueno, Aslin tenía sus dudas.
—Está bien —aceptó—, pero si algo sale mal, voy a decir: “Te lo dije” al menos diez veces.
Carttal rodó los ojos y sonrió.
—Acepto el riesgo.
Prepararse para salir resultó ser más difícil de lo que pensaban. Primero, tuvieron que asegurarse de llevar todo lo necesario: pañales, biberones, cobijas, toallitas húmedas, juguetes… Y cuando creyeron que tenían todo listo, Isabella decidió que era el momento perfecto para ensuciar su pañal.