Salgo del estudio de Alexander, azotando la puerta tras de mí. Giro por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi habitación. Rápidamente tomo el pomo y la abro, viendo que todo seguía igual. Sin embargo, algo llama mi atención: mi ropa ha desaparecido. No había ni una sola prenda en el armario, ni mis diseños.
Los busco desesperadamente en todos los cajones, pues eran lo único que realmente me importaba.
Unos minutos después, veo a Mary entrar por la puerta con los ojos aguados. Se aproxima a mí y me da un fuerte abrazo.
—Señora, al fin ha vuelto. Siento tanto lo que pasó… Sé que usted no es culpable de nada. No entiendo cómo pudieron culparla, usted sería incapaz de cometer una barbaridad así —me dice con voz temblorosa y lágrimas en los ojos.
Nos separamos del abrazo, y yo le dedico una pequeña sonrisa.
—Aprecio mucho que confíes en mí, Mary. En verdad, te lo agradezco.
Ella observa la habitación con el ceño fruncido.
—Lo siento tanto, señora, pero la señorita Arlette vino u