La noche se cerraba sobre ellos como una amenaza silenciosa. Las luces de la ciudad se desdibujaban a medida que la caravana se internaba en caminos menos transitados. Carttal sentía el pulso en su sien, un martilleo insistente que mezclaba dolor y rabia. No podía perderla. No después de todo lo que habían pasado.
—Ethan —llamó con voz ronca—. Ella no es tan lista como cree. Si no está en las propiedades conocidas, entonces está en algún lugar que signifique algo para nosotros.
Ethan asintió, revisando una tableta con los mapas digitales y registros de propiedades.
—Podría ser… la casa del acantilado —sugirió—. Usted la llevó allí cuando comenzaron a salir.
Carttal negó con la cabeza.
—Demasiado obvio. Sibil sabe que ese lugar sería lo primero que buscaríamos.
La frustración crecía en su pecho como un veneno. Pensar con claridad se hacía más difícil con cada minuto que pasaba. La herida ardía bajo su chaqueta, la sangre seguía manando lentamente, debilitándolo, pero nada dolía más que